Hace tiempo que no
viajo completamente sola y la verdad es que no lo echo de menos. Mis circunstancias
han cambiado mucho en los últimos años. Ahora tengo hijos y viajo, casi
siempre, con ellos. Viajar con niños es muy interesante, tanto por lo que veo
que ellos sacan de la experiencia como por la reacción y percepción que tiene
de nosotros la gente de los diferentes países y culturas con la que nos
relacionamos.
Es fascinante
comprobar lo influyentes que pueden ser las personas que te acompañan en un
viaje y lo diferente que este resultaría si lo hicieras en solitario. Yo puedo
decir que en cuanto a la compañía se refiere, he viajado de casi todas las
maneras posibles: en grupo, con una amiga, en pareja, con niños y sola. Todas
tienen sus ventajas y su momento y circunstancias adecuadas, y en mayor o menor
medida he disfrutado siempre de cada una de las personas que me han acompañado
en mis viajes. Pero la mejor de las maneras para mí es sin duda sola, y la segunda mejor, en pareja.
Solo una vez he
viajado en grupo organizado. Cuando Brad y yo nos casamos ninguno de los dos
teníamos trabajo fijo ni casa ni una idea clara de dónde íbamos a vivir. Con
tales perspectivas, nuestros amigos y familiares nos regalaron lo que seguramente
nos ayudaría más y no abultara mucho en nuestro equipaje: dinero. Pero en vez
de guardarlo, decidimos que lo más sensato sería gastarlo en un viaje, y fue
así como disfrutamos de una espontánea luna de miel en Egipto.
Al hacer la reserva
me aseguré de poner en el apartado de observaciones cuál era el motivo de
nuestro viaje. Sabía por la experiencia de haber trabajado en una compañía
aérea que en la industria del turismo también triunfa el romanticismo, igual
que en las películas y en literatura. Y en efecto, al facturar, la diligente
empleada de la compañía aérea nos informó de nuestro upgrading a primera clase, de la que gozamos completamente solos
mientras que el resto de pasajeros del avión se hacinaba en la clase turista.
Al llegar a El Cairo nos separaron del resto del grupo para hospedarnos en un
hotel de cinco estrellas, mientras que los otros se quedaban en el de cuatro.
Egipto nos impresionó
muchísimo a los dos pero la experiencia de viajar en grupo organizado fue
demasiado para nosotros, nada acostumbrados a acatar las órdenes de un guía.
Aun así, yo me alegré mucho de haberlo hecho, para saber de primera mano lo que
es.
La anécdota más curiosa de ese viaje ocurrió el día que fuimos a visitar las pirámides de Giza. Estábamos en pleno mes de agosto y había tantos españoles que si no fuera por el paisaje hubiéramos jurado que seguíamos en España. Yo iba con los ojos y los oídos bien abiertos, convencida de que en cualquier momento me toparía con alguien conocido.
—Estas cosas siempre pasan —le aseguré a Brad—, solo me pregunto quién de mis conocidos está también aquí en este preciso momento.
En el interior de la pirámide el calor era sofocante y apenas había aire para respirar. De repente todas esas voces que hablaban español se callaron y avanzamos lentamente en la penumbra uno detrás de otro, sudando a chorros. Ahora ya solo se distinguía una voz, con un acento que Brad reconoció.
—Me consuela saber que no soy el único australiano aquí capaz de soltar veinte tonterías por minuto —dijo en un tono de voz lo suficientemente alto para que el otro le oyera.
La anécdota más curiosa de ese viaje ocurrió el día que fuimos a visitar las pirámides de Giza. Estábamos en pleno mes de agosto y había tantos españoles que si no fuera por el paisaje hubiéramos jurado que seguíamos en España. Yo iba con los ojos y los oídos bien abiertos, convencida de que en cualquier momento me toparía con alguien conocido.
—Estas cosas siempre pasan —le aseguré a Brad—, solo me pregunto quién de mis conocidos está también aquí en este preciso momento.
En el interior de la pirámide el calor era sofocante y apenas había aire para respirar. De repente todas esas voces que hablaban español se callaron y avanzamos lentamente en la penumbra uno detrás de otro, sudando a chorros. Ahora ya solo se distinguía una voz, con un acento que Brad reconoció.
—Me consuela saber que no soy el único australiano aquí capaz de soltar veinte tonterías por minuto —dijo en un tono de voz lo suficientemente alto para que el otro le oyera.
El aludido le
contestó con la campechanía habitual de los australianos aunque no se conozcan
de nada, y se pusieron a conversar por encima de las cabezas de los españoles
silenciosos, abatidos por el calor. De nuevo bajo la luz de los implacables
rayos del sol y después de media hora ya de cháchara, se vieron por fin las
caras y dijeron eso de «yo a ti te conozco de algo». Enseguida establecieron
que ambos provenían no solo de la misma ciudad de la lejanísima Australia, sino
también del mismísimo barrio. Habían pasado casi quince años desde que ambos
trabajaran en el mismo hipermercado para ganar su primer sueldo de adolescentes.
Nunca más se habían vuelto a encontrar, pero ahora sí lo hacían, nada más y
nada menos que en el interior de la pirámide de Keops. Qué casualidades tiene
la vida… y yo muerta de envidia, porque en todo el viaje a Egipto continuamos
inmersos en un mar de españoles y catalanes, pero nadie a quien yo conociera,
ni siquiera algún famosillo. De australianos no volvimos a ver ni oír a ninguno
más.
Durante el viaje a Egipto
aprendí que, como en Marruecos, allí viajar con un hombre no era garantía de
protección contra los otros. En ambos países, en cuanto mi compañero se daba la
vuelta, el acercamiento sexual por parte de otros era tan intenso y descarado
que se me hacía insoportable. A Marruecos había viajado años antes con César,
con el que me une ya casi treinta años de una fuerte amistad, pero nada más. En
aquella ocasión fingimos ser pareja, y al principio César se divertía
negociando la venta de su esposa a cambio de una buena suma de camellos, pero
pasados unos días la insistencia de algunos marroquíes se nos hizo tan cansina
que ya no hacía gracia.
En gran parte por
eso, la primera vez que decidí viajar durante meses y sola, escogí Asia y
preferentemente países con religiones budistas. Por un lado, me atraían los
países en los que una mujer sola pueda sentirse segura, porque llamar la atención
del sexo opuesto con fines románticos o sexuales era lo último que deseaba. Y
por otro, sabía que viajando sola tendría más posibilidades de conocer a gente
nueva y sacar el máximo partido de mi viaje.
En efecto, viajar en
solitario significa hacerlo con más intensidad. Todo el tiempo que no inviertes
en ponerte de acuerdo con tu pareja, lo empleas en hacer algo que quieres tú y
nadie más que tú. Y aun así, nunca estás sola, porque el mundo que te rodea
está más dispuesto a aceptarte cuando no te acompaña nadie. Es algo muy curioso
que le pasa a todo el mundo, hombres y mujeres, aunque somos minoría los que lo
hemos experimentado porque somos pocos los que nos atrevemos a dar el paso. Pero
es así: si estás emparejado el mundo no se preocupa por ti, ya tienes a alguien
que te quiere. En cambio, si no tienes compañía el mundo quiere arroparte, asegurarse de
que estás bien, y eso, cuando viajas, se traduce en la posibilidad de conocer a
mucha gente. Y si conoces a gente nueva cada día tienes más probabilidades de encontrar
a alguien muy diferente, interesante, admirable; de quien puedas aprender, que
te marque, que te inspire o que te enamore. Si te fascina la especie humana,
como a mí, viajar en solitario es lo mejor para conocerla en el marco de sus
diferentes culturas.
Aunque entiendo a las
personas que tienen miedo a viajar solas, no puedo evitar sentir algo de
compasión por ellas, porque de verdad, no saben lo que se pierden. Conozco a
algunas que han sentido ese temor, pero lo han querido superar y se han lanzado
a hacer un viajecito en solitario. El inconveniente de eso es que es una
experiencia tan enriquecedora que puede ser adictiva. Eso fue lo que me pasó a
mí después de mi Amanecer en el Sudeste
Asiático, que a las pocas semanas de regresar, ya estaba pensando en volver
a marcharme.
Los que me conocen y
los que hayan leído mi primer libro de viajes sabrán que a Brad lo conocí dos
semanas antes de volver, en una pequeña isla de Indonesia a la que fui a
descansar, pensando que estaría desierta… Quién me iba a decir a mí que durante
los meses siguientes, mientras escribía y revivía mi aventura, y volvía a
pensar en África como próximo destino, encontraría también un hueco para el
amor, que al final haría dirigir mis pasos una vez más hacia el este, pero esta
vez mucho más allá, hacia tierra austral.
Tengo que confesar
que al enamorarme tuve miedo de perder mi libertad y posibilidades de viajar extensamente
y en solitario. Estaba preparada para amar, pero también quería seguir viajando
sola, algo que en principio parecía incompatible. Pero enseguida encontré la
solución: acepté ir a vivir a Australia con Brad durante seis meses iniciales,
pero no iría en avión, sino por tierra y cuando esta se terminara, por mar.
Tras un emocionante viaje de siete meses por Asia,
Carmen Grau regresó a su Barcelona natal, donde se entregó a la tarea de
plasmar aquella aventura en el que sería su primer libro de viajes Amanecer en el Sudeste Asiático.
Un año más tarde volvió a echarse la mochila a la
espalda. Esta vez el objetivo era Australia, donde la esperaba Brad, el hombre
del que se había enamorado y a quien había conocido en Asu, una isla de
Sumatra, tan minúscula que ni siquiera aparece en los mapas.
En una odisea de más de 20.000 kilómetros, Carmen atravesó
Europa —deteniéndose en Francia, Alemania, Austria, Eslovaquia y Polonia—,
Rusia, China, Laos, Tailandia y Australia hasta llegar a Perth, usando el tren
como medio de transporte predilecto, en especial el legendario transiberiano y
el Indian-Pacific, que cruza Australia de Sídney a Perth.
Durante su periplo, Carmen se interesó por la gente, la cultura e historia y la gastronomía de los países por los que pasaba. Todo apuntaba hacia un largo viaje de seis meses en solitario, hasta que llegó el fatídico 11 de septiembre. Los atentados terroristas que conmocionaron al mundo la sorprendieron en Siberia. A pocos días de reunirse en Pekín, Carmen y Brad se replantearon su travesía, que tomó un rumbo inesperado hacia su nueva vida en tierra austral.
Seguro que será un libro estupendo donde conocerte tus vivencias a la vez que los recorridos geográfico. Mucha suerte y avísame cuando esté a la venta. Besos
ResponderEliminarLo es. He tenido el privilegio de leerlo antes que nadie, y creo que es uno de los mejores libros de viajes que he leído nunca. Y he leído unos cuantos. Es divertido, emocionante, y sobre todo terriblemente interesante.
ResponderEliminarOs va a encantar!
Enhorabuena, Carmen. He de decirte que al leer tu presentación entran unas ganas enormes de devorar tu nuevo libro. ¡Y qué bien escribes! Así da gusto, tocaya. Un beso neoyorquino de otra viajera, aunque he de confesar que sola he viajado muy poco y a destinos cortos; de todas las demás formas, mucho, y tengo muchísimas anécdotas de cuando lo hacía con mis hijos pequeños.
ResponderEliminarSerá interesante ver a Carmen Grau superarse a sí misma con "Amanecer en el Sudeste Asiático"
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Mucha suerte! Será un placer leerlo y conocer a través de ti nuevos lugares. Tu libro "Amanecer en el sudeste asiático" es 100% recomendable para cualquiera que esté interesado en conocer o viajar a Asia y seguro que éste no será menos.
ResponderEliminarGracias a todos. Creo que este segundo libro está mejor escrito que el primero, pero no sabría decir cuál de los dos es mejor. Espero que os guste; yo he disfrutado mucho escribiéndolo. Saldrá dentro de unos días.
ResponderEliminarCarmen:
ResponderEliminarNo se cómo llegué hasta tu blog, ahora mismo no lo recuerdo, pero me alegro de haber tenido esa suerte y aquí estoy disfrutando de esta apasionante historia que nos relatas; los viajes, en compañía o en solitario son geniales...mi último viaje desde Suecia, en donde vivo, a Argentina lo hice solo y fue muy bello, conocí gente muy interesante, disfruté mucho de la gastronomía del país de Borges y de la arquitectura de Buenos Aires.
Ah, y uno se encuentra con gente que uno no esperaba encontrar en cualquier lugar del mundo.
Me has hecho acordar de Pablo Neruda cuando alguna vez, creo que en Confieso que he vivido, hablaba de su travesía por la antigua URSS en el transiberiano.
Me gusta mucho tu manera de narrar, descomplicada, directa, ágil y muy amena.
Ya buscaré tu libro en Amazon en donde puedes conseguir los míos: Contrastes y Compromiso con la vida, ambos de poesía.
Recibe un fuerte abrazo desde Suecia.
Gracias por tus palabras; Gustavo, me halagas mucho. Te buscaré en Amazon. HACIA TIERRA AUSTRAL ya está ahí. Un abrazo.
EliminarJa l'he comprat. Sembla mentida lo molt que tenim en comú, mirant amb distància, és clar.
ResponderEliminarJo vaig viure una situació molt semblant, Tunísia per Egipte, en Brad per una altre persona (evidentment), i la terra Austral per la terra de Llatinoamèrica. Només et diré que el segon dia de viure amb la que ara és la meva dona i amb qui hem fet família, me'n vaig anar de viatge sol a Perú i Bolívia..., i vaig pensar molt en tot lo que em perdria després d'aquell viatge.
No em penedeixo, però no he tingut el teu valor.
En fi, MOLTES GRÀCIES PELS TEUS ARTICLES
Gràcies per les teves paraules, Jordi!! Una abraçada.
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