Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

sábado, 17 de enero de 2015

Je suis L'ENFANT

Este mes había pensado escribir sobre el miedo. Ya tenía el artículo redactado en la cabeza, solo me faltaba ponerme delante del ordenador y, como me pasa siempre, comprobar que al final no me sale como lo había imaginado pero aun así refleja lo que pienso.
Era martes 13 y me embarqué, no en un barco sino en un avión, pero no importa porque la trezidavomartiofobia no es uno de mis miedos. Para cuando aterricé en las antípodas de mi ciudad natal, otro día de verano tocaba a su fin, el 14. Lo más destacado del primer vuelo habían sido las bromas de los pasajeros españoles con la tripulación respecto al día que yo, al menos, escogí para volar porque así me ahorré quinientos dólares. Cuando hubo turbulencias, los niños me preguntaron si se caería el avión. Les contesté que la probabilidad era de una entre un millón (o menos), así que no, seguramente no.
Antes, yo había estado en la oficina de policía del aeropuerto. Conservo con orgullo y cariño las amistades de hace tantos años ya, fruto de mi trabajo en el aeropuerto de El Prat de Barcelona. En esta ocasión, un amigo policía me echó una mano con mi pasaporte, tan desbordado de sellos y visados que me ha dificultado viajar; ironías de la vida. Mientras esperaba, afiné la antena, atenta a cualquier historia, cualquier anécdota: los departamentos de policía están siempre llenos de ellas. Y volví a oír esa palabra: «miedo». Mi amigo contó que uno de sus compañeros estaba «tan cagado» que cualquier ruido le sonaba como una explosión.
Volvió a salir el sol, yo apenas sin dormir; ya era día 15 y tenía un artículo por escribir. Encendí el ordenador, eché un vistazo rápido al correo con la idea de ocuparme de él más tarde, y me detuve en uno que me llamó la atención por el título y porque sigo y conozco a su autor: Je suis L'ENFANT, de Robin Grille. Lo leí y compartí en Facebook. Deseé que lo leyera todo el mundo, pero… pensé que muchos de mis amigos no lo harían porque está en inglés. Enseguida se me ocurrió traducirlo. Los que me conocéis podéis imaginar que suscribo cada palabra. Ya me habéis escuchado o leído muchas veces: los genetistas pueden invertir todo el tiempo que quieran en buscar el gen de la maldad. No lo encontrarán porque no existe. Además, yo no creo en el determinismo genético.
No es la primera vez que menciono a Robin Grille; ya recomendé su libro Parenting for a Peaceful World en el artículo sobre psicohistoria que escribí en abril de 2014: Asignatura pendiente: la Psicohistoria. Por si no lo leísteis, os recuerdo que Robin es psicólogo y psicoterapeuta, además de padre, y sus libros y artículos han recibido reconocimiento internacional.
He abandonado la idea del artículo sobre el miedo para otra ocasión y, con el permiso del autor, he traducido el suyo, mucho más importante y urgente que el mío, todavía sin escribir. Aquí lo tenéis: 
“Otro acto de brutalidad, una serie de ellos, y el mundo se une para protestar. Para desafiar. Para unificarse.
La gente se alza codo con codo en París, conmocionada, desconcertada, silenciosa. Intentamos buscarle un sentido. Los encasillamos: «terroristas», «islamistas», «dibujantes», «capitalistas». La sangre suplica una respuesta. Estamos cansados… Aferrarse a las clasificaciones ¿ayuda?
Creo que ha llegado el momento de cambiar la decrépita retórica, las viejas etiquetas, y de hablar de cosas nuevas que se saben ya muy, muy, muy bien. La prensa se mantiene superficial al vendernos sus baratijas. Arrasan los debates sobre «ideología». Como si una ideología pudiera conducir a una persona a matar, como un programa introducido en su cabeza. Sabemos que no es así.
Sabemos que la propensión a la violencia no es innata. Y que no se puede activar al leer una escritura sagrada. La ira, el vacío, la pérdida de identidad, la credulidad sin fundamento, la falta de empatía… estas condiciones necesarias para la violencia están todas embebidas en la neurología humana. La violencia cuenta la historia de nuestra infancia. Ningún humano ha nacido para matar; antes nos mataron el alma. Si no nos curamos, actuamos como primero actuaron con nosotros. ¿Está escuchando alguien? ¡La ciencia del desarrollo infantil lo ha estado proclamando desde los tejados de todo el mundo durante décadas!
Cada guerra fue primero una guerra contra los niños. Cada acto terrorista viene de haber aterrorizado a un niño. Cada viñeta sarcástica y ofensiva fue primero un sentimiento de humillación y violación. Mira a tu alrededor. Dondequiera en este mundo que haya patriarcado, dondequiera que exista una educación autoritaria, dondequiera que se dé el castigo y la humillación en masa a los niños, habrá violencia. No, no se trata del islam. No se trata del cristianismo, del capitalismo, ni del rock and roll. A no ser, está claro, que se usen como instrumentos del patriarcado y el castigo. Haz un experimento. Busca cualquier lugar en el mundo donde la cultura sea fuertemente patriarcal y la dinámica familiar sea autoritaria. Dime si esa cultura no produce más violencia que sus vecinos. Dime si los antropólogos y los científicos cerebrales se han equivocado desde el principio.
Mientras exista el autoritarismo y el patriarcado, habrá armas, bombas, motores de gasolina, chimeneas de carbón, motosierras. A la violencia siempre se le pone una marca. Islam. Capitalismo. Etcétera. En el fondo, el conductor es siempre el mismo. La guerra y el terrorismo (si insistimos en hacer esas distinciones) no son ideologías: son SÍNTOMAS.
La violencia exige una respuesta. Pero cuando la violencia ya ha sucedido, todas las reacciones conllevan un costo horrible. Es así porque cuando la violencia ya ha ocurrido, esta es un indicador muy tardío de que algo urgente se ha dejado desatendido. Algo ha sido terriblemente descuidado, ignorado, negado. Se ha dejado pudrirse, y desarrollarse. Cuando mandamos a la policía, los aviones de guerra… ¡ya es demasiado tarde! No prestamos atención cuando debimos haberlo hecho. Hemos permitido que se avergonzara, descuidara, humillara, culturizara, «socializara» a los niños. Y entonces, dejamos a los adultos sin curar. En nombre de los «derechos culturales», en nombre de la «no interferencia», abandonamos todo cuidado. Ocultamos nuestra indiferencia y pereza con el estandarte de la tolerancia. Entonces… ¡BOOM! Respondemos a la violencia… porque hemos estado demasiado desapegados para PREVENIRLA de raíz.
Dondequiera que haya autoritarismo, dondequiera que haya patriarcado, se generará violencia. Y en esta era de globalización, no existe el «muy lejos», el «allá», el «ellos». La violencia hacia los niños es un asunto de todos. El patriarcado a cinco mil kilómetros trae una consecuencia, aquí mismo en nuestra calle. Nuestro propio descuido se exporta al instante.
La democracia tiene mucho por hacer. Y la paz. Ninguna de las dos son actos parlamentarios. No vienen de arriba, sino de la dinámica familiar, de una forma de educar. Los derechos del niño deben superar a los derechos de la cultura, o sufriremos todos. Los conservadores son punitivos. Pero los liberales tampoco ayudan cuando aceptan y defienden la cultura por el bien de la cultura.
Creo que es hora de ser preventivos y proactivos. Si queremos terminar con la violencia, debemos insistir en terminar la violencia hacia los niños. Tenemos que equilibrar la dinámica de géneros y democratizar las relaciones familiares en todo el mundo. TODO el mundo.
¿Podemos declarar que los derechos humanos son universales? ¡Vaya pregunta! La pregunta supone que no todos los humanos son humanos. Así que, si explotas a un hombre en el nombre de la religión, ese aspecto de tu religión debe desaparecer. Si oprimes a una mujer en el nombre de la cultura, ese aspecto de tu cultura debe desaparecer. Si humillas o castigas a un niño porque siempre se ha hecho así, esa tradición debe desaparecer. Debe desaparecer. ¡Basta!
Los derechos del niño deben triunfar sobre la religión e invalidar la tradición. Los derechos humanos deben triunfar sobre la cultura, no importa qué cultura. Occidente, Oriente, Medio Oriente, modernidad, antigüedad... por el bien de la humanidad debemos decidir que ninguna cultura esté exenta.
Para leer el artículo en la versión original, podéis ir a la página del autor: Je suis L'ENFANT, de Robin Grille

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