Desde que a los quince años salí por primera vez del país en el que me tocó nacer y lo hiciera sola —bueno, me llevé a mis hermanos, pero a los padres los dejamos en casa— empecé a pensar en mí misma como en una ciudadana del mundo. Me gustó tanto descubrir una nueva cultura, tan diferente a la mía, que en esos días en los que todavía existían las fronteras en Europa, de buen grado habría trocado mi nacionalidad española por la británica. A partir de entonces empecé a viajar y ya nunca dejé de hacerlo, pero yo lo que realmente quería era vivir en otros países, experimentar de verdad otras culturas, entender otras maneras de pensar, descubrir que el dios omnisciente y todopoderoso de mi formación católica no es único en el mundo. Poco después tuve la gran suerte de visitar Praga, y aunque más tarde he vuelto a estar en Eslovaquia, a la República Checa, y en especial a la capital bohemia, he preferido no volver, para guardar para siempre en mi recuerdo la fuerte impresión que me causó una ciudad bellísima, sin turistas, y su gente, que me pareció triste aún después de su reciente abandono del socialismo soviético.
También por esas mismas fechas mis padres y amigos se llevaron las manos a la cabeza cuando un buen día me fui a la estación de Sants a comprar un billete de tren —en aquella época a los adolescentes no nos llegaba el dinero para uno de avión— a Génova, y luego hasta Trieste, donde me encontraría con Nick para pasar juntos la frontera a Croacia. Nick era un amigo que había conocido en Inglaterra y acababa de localizar después de dos años de silencio. Cuando lo conocí me dijo que era de Yugoslavia, pero ahora su país estaba en guerra y me confesó que en realidad era croata. En las cartas que me enviaba usando aún el bolígrafo, papel y sobres hechos por él mismo con papeles de revistas, me hablaba de las explosiones, el miedo y la incertidumbre de su familia. No se me ocurrió una manera mejor de apoyarle y entenderle que ir a verle, porque yo también quería vivirlo, también quería ser croata. Y además tenía mucha curiosidad por ver a los cascos azules de cerca.
A lo largo de los años y después de tantos viajes he logrado sentirme parte de cada lugar, aunque unos me han gustado más que otros. Por ejemplo, cuando visité el País Vasco por primera vez y a pesar de ser en una época de máxima tensión entre el gobierno central y ETA, estuve a punto de abandonarlo todo y adoptar el euskera como mi primera lengua; en Egipto, en cambio, no conseguí adaptarme después de que un muchacho de veintitrés años intentara convencerme de que en los casos en que las mujeres muestran una admiración excesiva por un hombre que no sea su marido, está justificada la ablación femenina.
Ver el mundo me hizo por fin entender las cuatro palabras que pronunció John F. Kennedy en su famoso discurso de junio de 1963 en Berlín. Yo nací muchos años después, pero cuando tenía doce años y creía que lo sabía todo y mi madre me habló de ese discurso, repliqué: ¿Cómo se atreve un presidente americano a decir que él es berlinés? ¿Y cómo no ofendió primero a sus compatriotas y luego a los alemanes, si ni siquiera sabía hablar alemán? Mi madre me lo explicó pero tardé años en comprender de verdad el significado de las palabras: Ich bin ein Berliner. Kennedy estaba mostrando su solidaridad con los ciudadanos de Berlín menos de un año después del levantamiento del Antifaschistischer Schutzwall —el muro de protección antifascista— por parte de los soviéticos. Al decir que él era berlinés, estaba hablando de eso que se siente cuando una visita Zagreb o Birmania y se mete en la piel de los que reclaman libertad. Como dijo ese día: «All free men, wherever they may live, are citizens of Berlin, and, therefore, as a free man, I take pride in the words "Ich bin ein Berliner!" — Todos los hombres libres, donde quiera que vivan, son ciudadanos de Berlín, y por tanto, como hombre libre, me enorgullezco de decir que '¡soy berlinés!'» Ojalá hubiera dicho «hombres, mujeres, niños y niñas», pero nadie es perfecto.
Me enamoré de la figura de John F. Kennedy, aunque sin romanticismos —no me habría gustado ser ni Marilyn Monroe ni Jackeline. Leí varias biografías sobre él y me interesé por Estados Unidos. Primero fui a Boston a pasar un verano, luego volví para trabajar y como tenía tiempo estudié una carrera, incluso empecé un máster en historia de los Estados Unidos de América. Pero allí me topé con el Patriotismo.
Descubrí que pocos años después del final de la guerra fría no se hablaba tanto de libertad y sí mucho de que América es el mejor país del mundo y de que Dios bendiga a América, como si fuera de esas fronteras no existiera nada más. Me moría de vergüenza ajena cada vez que al inicio de una competitición deportiva todos los asistentes teníamos que ponernos en pie, algunos con la mano en el pecho, los labios apretados y la mirada solemne, mientras sonaba el himno nacional o la patriótica canción God Bless America. Hasta en los colegios donde trabajé como intérprete entre padres hispanos y los profesores, a los niños se les obligaba cada mañana a escuchar el himno nacional. Estuve cuatro años allí y entre la familia y amigos que dejé en Barcelona me gané el apodo de «la americana», sin embargo, no me sentía como tal, no era capaz de contagiarme de su ombliguismo.
A lo largo de los años no ha dejado de sorprenderme que personas de otras nacionalidades admiren este sentido patriótico de los americanos e incluso se lamenten de que falte en sus países. Estas personas me han dicho que encuentran bonito y hasta majestuoso esta devoción por la patria y el sacrificar la vida por tu país en la guerra. A mí eso me pone los pelos de punta. No siento admiración, sino una profunda lástima por los millones de soldados de todo el mundo, muchos ni siquiera hombres todavía, que dieron la vida por defender su patria. Porque yo soy antipatriota. No le debo más lealtad a España o a Cataluña que a Australia, sin embargo me siento española, catalana y australiana —y de muchos otros países, pero estos son los que mejor conozco— porque su cultura, su gastronomía, sus lenguas, su historia son parte de mi identidad. Pero no sacrificaría ni una gota de mi sangre por ningún país, antes lo haría por un ser humano, sin que su nacionalidad pesara más o menos en mi decisión. Me opongo al patriotismo por su autoritarismo, y porque es propenso a la guerra y la xenofobia.
Pero este amor a la patria que sienten tantos tiene su lado bueno. Principalmente, lo que he observado en muchos lugares es la creencia absoluta de muchos de sus habitantes de que su país es el mejor del mundo, o que como en su país no se vive de bien en ningún otro sitio. Esta afirmación se la he oído decir tanto a gente que ha viajado como a los pocos que no han salido jamás de su pueblo. Y es que la mayoría de humanos tenemos esa necesidad de «volver a casa», que aunque no sea perfecta, es la nuestra y es la mejor. Como yo ahora vivo en Australia, lo que más oigo decir es: «Australia es el mejor país del mundo» y «qué suerte tenemos de vivir aquí» pero recuerdo también haber oído muchas veces (antes de la crisis) que «como en España no se vive en ninguna parte, hasta los extranjeros que vienen de vacaciones se quedan». Menos mal que en Estados Unidos opinan lo mismo, si no tendríamos a más de trescientos millones de americanos aquí y ya no habría manera de encontrar un hueco en la playa.
Coincido palabra por palabra.
ResponderEliminarEl patriotismo no es más que la extensión del sentimiento tribal desarrollado decenas de miles de años atrás. Es uno de nuestros comportamientos más primitivos, justificable quizá cuando habitábamos en cuevas y esta actitud gregaria y xenófoba nos permitía sobrevivir en la dura prehistoria. Pero a día de hoy, en esta sociedad global, mestiza e interconectada permanentemente, el patriotismo resulta tan útil, como aprender a cazar ciervos con lanza.
Los humanos hemos dado un gigantesco salto tecnológico en los últimos dos mil años. Ya es hora de que demos un paso adelante en nuestra moral y nuestras costumbres, y nos desprendamos para siempre de los provincianismos estériles hijos de la ignorancia y el miedo, y valoremos a los demás por lo que son y lo que hacen. No por el lugar donde han nacido.
Gracias por el post, Carmen.
Estamos de acuerdo. Pues nada, Fernando, ahora te toca a ti pensar un tema en el que discrepemos.
EliminarHablemos de cine, pues. De comedias románticas y películas de acción :)
EliminarYo separaría el concepto "cosmopolita" con "patriota". Ser cosmopolita me parece genial, pero también me parece importante "barrer para dentro". Me impactó viviendo en Tailandia, cuando me dijeron: "aquí los coches europeos tienen unos impuestos de un 300%, es decir, si en España un Mercedes cuesta por poner un ejemplo 200.000 euros, ahí acabaría costando 600.000 euros y eso lo hacen para proteger su mercado". Creer en la globalización, también es posible si los sueldos fuesen los mismos en todos los países, pero cuando ves que la industria de tu país se ve afectada por las importaciones de países que trabajan por un plato de arroz.... lo sentiré por los chinos, pero más lo siento por los pueblos españoles con gente que se queda en PARO. Sí soy patriota.
ResponderEliminarAprovecho este post para deciros Fernando y Carmen que me encantáis como personas, como escritores y veros viajar a través de esta pequeña ventana es aire fresco para mí; me aporta mucha alegría. Nos es que mentalmente vuele con vosotros, ya me gustaría, simplemente es un placer teneros en la pantalla.
ResponderEliminarGracias, Manuela, y también por tu opinión de más arriba. La acepto y la respeto, por supuesto, aunque no la comparta. Un abrazo.
EliminarGracias por la parte que me toca, Manuela. El placer es todo mío(nuestro) ;)
EliminarUn artículo para hacer pensar, Carmen. La empatía se desarrolla conociendo a los otros. Lo contrario solo genera miedo. El patriotismo exacerbado ha permitido a los estadounidenses generar un sentimiento de nación que necesitaron fomentar a marchas forzadas por razones obvias. Pero no es ajeno a otros países. Como todo, lo peor es cuando llega a convertirse en patrioterismo.
ResponderEliminarUn beso.
Claro que no es ajeno a otros países. Yo lo he visto, en mayor a menor medida, en casi todos, por eso digo que en parte es una suerte, porque si todo el mundo estuviera de acuerdo en que un solo país es el mejor del mundo, eso sí que sería un problema, al menos de alojamiento. Un beso.
EliminarSinceridad y espíritu abierto de nuestra indie más cosmopolita. Samuel Johnson, escritor religioso y conservador,lo dijo con mucha más crudeza pero no mejor que Carmen: "El patriotismo es el último refugio de los canallas".
ResponderEliminarGracias por esa cita, Julio. No la conocía. La hago mía.
EliminarBueno ayer Perdón carmen por citarme iba por el mismo lado http://bcnexpres.wordpress.com/2013/02/19/he-vendido-mi-bandera-ya-solo-amo-a-mis-ciudadanos/ que maravilla es tener varias lealtades, de comida, de amores, de aceras caminadas e irrepetibles sentidos del amor
ResponderEliminarun saludo cordial
juan re crivello
Te lo pondré también en el face
Sí, Juan, vi tu blog minutos antes de publicar el mío. Pensé que era una gran casualidad; yo el mío lo escribí hace tres días. Un saludo.
EliminarYo tampoco soy patriota ni pienso que el mejor lugar del mundo sea donde nací por casualidad, porque yo no lo elegí ni es mérito mío. Como tú, he vivido en diversos países y en todos he encontrado cosas buenas y malas. Algunos me han gustado más que otros, pero en todos he aprendido a ampliar la ventana por donde miro el mundo. Y pienso seguir viajando y abriendo los ojos a otras realidades mientras el cuerpo aguante. Un abrazo. Carmen Martínez Gimeno
ResponderEliminarGracias, Carmen. Yo también, mientras el cuerpo y la mente aguanten.
ResponderEliminarAntes que nada, admiro que conozcas y hayas vivido en tantos países, eso te debe haber enriquecido como ser humano, y se nota al conocerte. El patriotismo y las banderas son conceptos, pues de alguna forma deben diferenciarse los pueblos, aunque lo ideal sería un planeta sin fronteras, lo cual es utópico. como digo en mi libro "La búsqueda" en un determinado momento: "Los brujos y los jefes de las tribus: política y religión, siguen ahí..." Todo empezó con ellos desde tiempos prehistóricos, será difícil cambiar esos conceptos.
ResponderEliminarYo no creo que los norteamericanos sean los únicos que tienen el concepto del patriotismo exhacerbado, también lo tiene España y en muy alto grado. Si no, hay que ver los insultos que he recibido por expresar mis opiniones políticas (cuando me han invitado a hacerlo), tanto así, que por eso creé el grupo de Autores Latinoamericanos, para no sentirme expulsada, excluida y marginada por los españoles. Pues es así como me hicieron sentir ese día, por un post que publicó Jual Alberto Recrievello, en el cual dejé un comentario y como acostumbro, lo copié en mi muro, ya que fue allí donde él publico el enlace a su blog.
Blanca, gracias por tu comentario y tu opinión, que valoro tanto. Por supuesto que los estadounidenses no son los únicos y no todos ellos son así. Yo puse el ejemplo porque en las competiciones deportivas era obligatorio (al menos cuando yo viví, hace ya más de quince años) levantarse y permanecer quietos mientras sonaba el himno; ni siquiera era posible abandonar el recinto en esos momentos. Y en los colegios igual. Eso en España, después de tantos años de dictadura fascista, hoy en día sería impensable. Pero es verdad que muchos españoles (no todos) tienen el sentido patriótico exacerbado. Y también los catalanes. Y los de muchas otras nacionalidades. Los españoles ahora están muy sensibles y yo hace años que tengo que ir con pies de plomo a la hora de expresar mis opiniones porque a la más mínima me dicen que yo qué voy a saber si no vivo allí y no sé lo que pasa. Pero te diré que no me hace falta vivir allí para ver que la situación económica y política que se vive en España está amargando el carácter de muchos. Algo que me sorprende mucho cada vez que voy de visita (suelo estar al menos un par de meses) es lo que se critican maliciosamente unos a otros, tanto públicamente (en la televisión) como en la vida privada.
EliminarComparto tu opinión, Carmen. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Alfredo. Un abrazo.
EliminarHi Carmen, I've just read your post. I love it. I identify with everything you say. Kennedy's speech was inspirational and prophetic. What an intelligent and charismatic guy. Patriotism is like religion. Both thrive because people need to fear something to give them a sense of belonging and a warm fuzzy feeling inside. Meanwhile those at the top of the pyramid - governments, churches etc - abuse humans' innate insecurity to get more powerful. If only people started thinking instead of believing because they are told to.
ResponderEliminarThanks, Michael. I was inspired by a conversation I had with you to write this. That's the problem: people who do as they're told without stopping to think. But that's the way governments and religion encourage their citizens and followers to act, starting with education. I won't get into that...
EliminarSe puede ser patriota de varios países a la vez como les ocurre a personas que han sido abrazadas por diferentes culturas. Para mí patriotismo es Amor hacia un país o varios países, alegrarme de su éxito y sentir empatía con sus tragedias.
ResponderEliminarMmm... no lo entiendo, Manuela. Yo siento empatía por todos y cada uno de los países que han sufrido una tragedia, incluso en los que no he estado. Si soy patriota de todos, la palabra pierde sentido; entonces puedo decir que soy ciudadana del mundo.
EliminarNo puedo evitar ver lo mismo desde una perspectiva completamente distinta.
ResponderEliminarEs evidente que el patriotismo se ha usado desde el principio de los tiempos para generar xenofóbia y conflictos, que siempre benefician a alguien. Lo podemos ver cada dia en infinidad de regiones de todo el mundo.
No obstante, no creo que el patriotismo sea condición única y necesaria para estos acontecimientos.
Personalmente entiendo el patriotismio, no como el amor a una nación, si no como el amor a la propia cutura, lengua o tradiciones, la que nos ha forjado; y que es una forma única e irrepetible de ver el mundo. Probablemente no será la mejor, pero es la que forma parte de nosotros.
No creo que la globalización cultural sea la solución a nada. Hay que educar en la empatía y el respeto a lo diferente; amando la propia identidad.
Magnífico post. Gracies, Cuchi
Gracias, Aloma. Quizás tendría que haber usado la palabra «patrioterismo» o «chauvinismo» para no crear confusiones.
ResponderEliminar¡Qué bién, Carmen! No conocía a Nicolas Chauvin y mucho menos los vocablos "patrioterismo" y "chauvinismo". Me serán muy útiles en mi vida cotidiana. Éste blog sirve tanto para un roto como para un descosido! :-D Me gusta mucho más.
ResponderEliminarPor cierto, nos tienes abandonados a los seguidores de "Aprender de los niños" y "Rizing boys in Oz". Necesito alguna masterclass más... ;-)
Alometa... ya dije todo lo que tenía que decir en «Aprender de los niños», pero escribiré un libro sobre el tema. «Raising Boys in Oz» no lo tengo abandonado; publico un artículo al mes, como aquí (creo que te perdiste el último), y dentro de unos días saldrá algo por ahí.
ResponderEliminarAllí que voy, pues. Ánimo con ese libro. Espero verlo pronto en mi kindle.
ResponderEliminarMuy de acuredo con todo Cuchi, el nacionalismo exacerbado se parece mucho a lo que en un individuo sería un ego sin control.
ResponderEliminarbesos !!
No es tan difícil de entender... El ser humano es un animal gregario; busca la compañía de los demás, necesita sentir que pertenece a una colectividad, sea ésta la familia, la banda del barrio, el club social de turno o el apego a una nación. Necesitamos sentirnos queridos, porque si caminas sólo por esta vida la cosa da bastante miedo.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo en que el nacionalismo es un cáncer; el sentimiento de pertenencia a una comunidad es bueno, pero no lo que la gente se hace mutuamente, cuando se siente amenazada. Las consecuencias las conocemos todos... Hay que ir con mucho cuidado cuando apelamos a los instintos de nuestro cerebro reptiliano.
Saludos a través del tiempo y del espacio (espero que no te moleste esta pequeña intromisión). Sentí el impulso y me dejé llevar.
Vaya sorpresa, Carlos. Claro que no me molesta tu intromisión, al contrario, esto está abierto para todo el mundo y si es un viejo amigo quien viene a aportar su opinión, mejor que mejor.
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