El mes
pasado asistí al Perth
Writers Festival.
En tres años, ha sido la primera vez que he podido acudir los cuatro
días enteros, apenas sin perderme nada. Fue una experiencia
inspiradora y muy intensa, casi diría que demasiado intelectual:
después del último día pensé que no aguantaría uno más y
necesitaba con toda urgencia volver a casa a jugar al Monopoly con
mis niños o hacer castillos de arena en la playa. Me sentía como si
hubiera vuelto a la universidad y me dolía la cabeza de escuchar con
tanta atención el discurrir de gente que hablaba tan bien.
Lo más
provechoso fue conocer a las principales editoras y editoriales (a
ver cómo se traduce esto; en inglés son editors
y
publishers
y están bien diferenciados) de este país donde vivo, Australia.
Llevo más de dos años dándole vueltas a la idea de entrar en este
mercado, ya que estoy aquí, me gusta la literatura de aquí y el
inglés se me da mejor que el español. Pero para intentar entrar en
el mercado, antes tenía que conocerlo. Ya cometí el error, hace
catorce años, de enviar mi primer libro a una editorial española
sin tener ni idea de cómo se hacen las cosas, y aun considero un
éxito que se molestaran en responderme con sus amables cartas de
rechazo. Así que las escuché (atención: todo mujeres, como en mi
novela Nunca
dejes de bailar,
qué casualidad, ¿no?) y las interrogué.
Eran muy accesibles,
encantadas de hablar con otros como yo a los que nos llamaron
aspiring
writers.
Me sorprendió su cercanía y la confesión de que estaban siempre en
busca de lo que en España observo que llaman «un
mirlo blanco»;
aquí son menos poéticas: se contentan con «una
gema»,
quizás porque es menos difícil de encontrar. Nos urgieron a enviar
nuestros manuscritos siguiendo las directrices de sus páginas web,
sin molestarnos a hacerlo a través de una agencia literaria.
Aseguraron que leen todo lo que les llega a su slush
pile
y responden en un plazo de no más de tres meses. Y explicaron el
proceso de después de manera que parecía que publicar con una
editorial convencional es tan fácil como en la revista del
instituto. Hicieron hincapié en que gran parte de la promoción es
responsabilidad del escritor y es imprescindible hablar en público y
hacerlo bien.
Cuando alguien preguntó por la cuestión monetaria se creó un largo silencio, seguido de risas: no hay dinero. Uno de los «aspirantes a escritor», que luego me confesó en privado que acababa de firmar un contrato con una de esas editoriales y no le pagaban absolutamente nada de adelanto, se atrevió a opinar en voz alta que se gana más en Amazon. De nuevo se creó un silencio hasta que otra escritora, esta vez no aspirante sino ya con pleno derecho a la etiqueta, dijo que ella llevaba veinte años publicando y no ganaba apenas nada y que escribir es una pasión, no una manera de ganarse la vida.
Cuando alguien preguntó por la cuestión monetaria se creó un largo silencio, seguido de risas: no hay dinero. Uno de los «aspirantes a escritor», que luego me confesó en privado que acababa de firmar un contrato con una de esas editoriales y no le pagaban absolutamente nada de adelanto, se atrevió a opinar en voz alta que se gana más en Amazon. De nuevo se creó un silencio hasta que otra escritora, esta vez no aspirante sino ya con pleno derecho a la etiqueta, dijo que ella llevaba veinte años publicando y no ganaba apenas nada y que escribir es una pasión, no una manera de ganarse la vida.
En fin, lo
de siempre. Y yo me pregunté: ¿Para qué planteármelo siquiera? No
le veo ninguna ventaja a publicar con una editorial tradicional: si
no perteneces al 5% que vive de lo que escribe, no cobras nada, y
encima tienes que ir a sitios a vender tus libros y que sean otros
los que se queden con la recompensa de tu esfuerzo. A pesar de eso, lo voy a probar, solo por experimentar, por ver qué pasa. Pero
no enseguida: la traducción de Amanecer
en el Sudeste Asiático,
que ya está casi lista, saldrá publicada bajo mi sello Dunsborough
Books. He escuchado a los que me han aconsejado que la envíe a una editorial convencional, con más poder de distribución, pero al final he decidido no hacerlo, porque detrás de esta
obra hay miles de horas de trabajo y quiero ser yo quien cobre
algunos céntimos por ella.
![]() |
Esta soy yo, el primer día |
Aparte de las editoras,
conocí a muchos escritores, y de todos tipos, algunos famosísimos y
que han vendido millones de libros en todo el mundo. Con esos evité
hablar de tú a tú. Con una no pude evitarlo, porque alguien me lo
pidió... Fue esta autora precisamente quien dijo en una de sus
charlas que ella rehuía a sus ídolos, ya que siempre que había
conocido a alguno en persona se había llevado una gran decepción. A
mí me pasa lo mismo: a los escritores que leo y admiro prefiero
verlos y escucharlos desde la distancia, como a un dios. Porque...
¿acaso no son un poco como un dios? Se meten en la vida de todos los
personajes, crean conflictos y luego los arreglan, hacen llorar,
reír, pensar, empatizar... Como esa famosa autora, yo también temo
descubrir que detrás del talento de ese dios no hay más que un ser
humano, normalito y corriente como todos.
De hecho, más de una vez
pensé: qué aburridos somos los escritores, todos decimos lo mismo.
Por otro lado, fue reconfortante comprobar que esos tan exitosos
tienen las mismas dudas, dilemas y maneras de trabajar que yo: me
hicieron sentir que soy una de ellos; aunque desconocida, yo también
soy escritora. Alguien dijo: «La gran
mayoría de nosotros llevamos una vida bastante ordinaria, pero a la
que te pones a excavar en la intimidad de cualquier persona,
enseguida encuentras algo extraordinario que vale la pena contar».
Yo también lo creo. Los escritores lo sabemos y por eso solemos ser
buenos «escuchas».
Me sorprendió que solo
uno, un inglés jovencísimo cuyos thrillers son superventas
en todo el mundo, confesara hacer esquemas antes de ponerse a
escribir. El resto admitió no planear mucho. Otro muy exitoso y
ganador del Man Booker Prize dijo que para él escribir resulta tan
difícil que si encima tuviera que planear con esquemas, no
terminaría nunca. Y añadió que le resultaba aún más complicado
hablar de sus novelas, así que solía comprobar qué destacaban los
críticos sobre ellas para poder parafrasearlos y hasta plagiarlos.
Algo que
me llamó la atención, porque se repitió varias veces a lo largo de
esos días, fue que todo escritor está esperando a que alguien se
muera. Se entiende que para escribir sobre esa persona que no pueden
ni camuflar en una novela por miedo a ofenderla quizás... Así que
yo tampoco soy la única en eso... Aunque yo ya había decidido que
para qué esperar: lo único que tengo que hacer es escribir en un
idioma diferente. Ya, pero ¿y si luego lo traduzco? Tendré que
seguir pensando en cómo lo hago. Por otro lado, ¿por qué callar?
Un amigo mío escribió su autobiografía hace años y a pesar de que
una editorial se interesó por publicarla, al final él se echó atrás
para no ofender a ciertas personas, y resulta que el libro lleva ya
diez años en un cajón.
Un
profesor de literatura me dijo una vez que si te dedicas a escribir,
sea lo que sea, tienes que estar preparado para que tus amigos y
familiares se enfaden, a veces porque los metes en un libro, otras
veces porque no los metes... Es curioso también que haya gente que
sin estar en el libro, sí se ven identificados, o ven a otros que en
realidad tampoco están. De esto se habló muchísimo, sobre todo en
las charlas sobre biografías y memoirs,
que en la literatura anglosajona son tan populares como la ficción.
Para mí, es quizás el aspecto más difícil (puedo contar lo que
sea sobre mí pero siento reparo al implicar a otras personas) y una de las razones por las que escribir novelas me
resulta mucho más fácil que narrar hechos reales.
Otro
aspecto que se repitió y es con lo que más me identifico es la
autenticidad y el contar la verdad. Ser auténtico significa tener
una voz propia, no ser como otro o escribir como otro. Dicen los que
se dedican a teorizar estas cosas —según recuerdo de algunas
clases de la universidad— que en sus inicios todo escritor tiende a
imitar a otros hasta que encuentra su propia voz, su propio estilo.
Excepto los malos escritores, está claro, o los que se dedican a
copiar y no meramente al plagio involuntario que cometemos todos en
mayor o menor medida. El mismo profesor de literatura al que me he
referido antes, después de leer uno de mis escritos, hace más de
veinte años, me dijo que todavía tenía que encontrar «mi
voz»,
y me dio una lista de los libros que «hay
que leer»
(todavía no había salido la moda del «antes
de morir»).
En ese momento no entendí cómo iba a encontrar mi voz en los
libros de otros, pero ahora al menos sé que ya tengo mi voz propia y
es solo mía. Pero es cierto que mientras escribimos tenemos que
tener cuidado con lo que leemos porque inevitablemente esas lecturas
influirán en nuestra escritura. Quizás por eso hay escritores que
cuando escriben, no leen. Yo eso ni lo hago ni lo entiendo.
Contar
la verdad tiene que ver con el rigor. No todos los escritores son
rigurosos, y eso es opción de cada uno. Yo me exijo a mí misma ser
rigurosa con la verdad. Eso significa que si escojo lugares y
personajes que existen o han existido de verdad, no puedo mentir
sobre ellos. Por ejemplo, para escribir el relato Las voces del futuro me
documenté antes sobre Freud y Hitler en la época en que ambos
vivieron en Viena. Leí sobre la rutina diaria del doctor y me
aseguré de que el joven Adolf hubiera caminado alguna vez por las
calles de la ciudad acompañado de otro hombre, de manera que lo que
yo conté podía haber ocurrido de verdad. Incluso busqué fotos del
doctor y comprobé que en esos días su pelo y barba no tenían
todavía el aspecto tan blanco con el que su imagen ha pasado a la
posteridad. Para mí es un dato importante porque soy así de
obsesiva y pienso que para que un relato sea verídico, aunque el
lector sepa que en el fondo mientes, en lo que todo el mundo sabe, hay
que decir la verdad. El personaje de Aloisia, la prima de Hitler, y
su triste final, también son verdaderos, pero como apenas se
conserva información sobre ella, me pude permitir dar rienda suelta
a la imaginación para crear la historia que me interesaba contar.
Todos los escritores a los
que escuché hablar afirmaron que ellos también apostaban por el
rigor, sobre todo si se trata de novela histórica. Solo uno admitió
que él escribía novela fantástica precisamente para tener la
libertad de inventárselo todo. Sin embargo, por muy riguroso que se
sea, es fácil equivocarse. Hay novelas que han tenido un éxito
extraordinario y están plagadas de errores históricos y
anacronismos. Parece ser que la mayoría de lectores no los ven o no
les dan importancia. Yo escucho a la minoría siempre, porque de
la mayoría desconfío, y no soy la única exigente que ve estas
cosas. A mí, si son muchos, esos fallos me molestan y ya no leo nada
más de ese autor. También me molestan los fallos psicológicos. Por ejemplo, a mí no me cuela que una mujer sea una psicópata asesina porque sus padres la hicieron protagonista de su serie de libros infantiles; hace falta algo más, los asesinos no se hacen así.
Hay otro aspecto sobre el
rigor y la verdad que sí parece irritar a más lectores: el del
habla de los personajes. En los últimos años lo he visto mucho:
autores británicos que para ganarse el mercado americano sitúan sus
novelas en Estados Unidos y se supone que sus protagonistas son de
Seattle (por poner un ejemplo que no se note mucho) pero usan
palabras y expresiones que los estadounidenses, tan concentrados en
contemplarse el ombligo, no han oído jamás y ni siquiera entienden.
Es un error muy común que, a pesar de la globalización y creciente
interferencia entre los dialectos de una lengua, no deja de crispar
los nervios de los lectores.
En resumidas cuentas, para
que los lectores se tomen en serio a un autor (o, para no
generalizar: para que yo, como lectora, me tome en serio a un autor)
no le permito que me mienta sobre algo cotidiano, habitual en mi vida
diaria; en cambio, si me habla de una invasión extraterrestre y lo
hace bien, aun sabiendo que es mentira, me lo creo. Por eso escribir
sobre algo totalmente inventado es lo más fácil que se puede hacer.
Para empezar, te ahorras el enorme trabajo de documentación. Y luego
ya solo tienes que inventar. Imaginación la tiene cualquiera, así
que el no tenerla no me parece excusa para no ponerse a escribir.
Entonces, ¿por qué casi todos (o todos) los escritores sitúan sus
obras en escenarios reales? ¿Por qué tiene menos acogida la novela
fantástica (desprovista totalmente de realidad)? Pues porque la
realidad es más interesante y a los lectores les encanta leer sobre
lo que ya conocen. Les gusta verse en la historia, empatizar con los
personajes por haber vivido algo parecido. Además, las mentiras
entrelazadas con la verdad son más creíbles.
Termino esta reflexión,
que ya se me alarga más de lo que había planeado, con la noticia de
que ya he decidido qué voy a escribir a continuación y será una
novela histórica. De hecho, es una bellísima historia de amor que
todavía no ha contado nadie en forma de novela (me cuesta tanto de
creer) y a la que llevo dándole vueltas desde hace un año y medio.
Ocurrió de verdad pero se tienen muy pocos datos sobre ella, lo que
me da la libertad de novelarla, pero tengo que documentarme sobre el
marco histórico, y ya lo estoy haciendo. La poca información que
existe está solo en inglés, francés, alemán y polaco. Me ha
costado dar con un libro en particular (comprarlo en Amazon me saldría por más de
ochenta dólares) pero al final lo he encontrado en Open Library,
todo un descubrimiento de biblioteca, donde se pueden tomar prestados
millones de libros electrónicos. No doy más
pistas aunque a algunos ya os he
hablado de ella. No sé cuánto voy a tardar; no tengo prisa y sí muchos otros proyectos.
Imagino que en algún momento tendré que volver a viajar a
Polonia...