Este mes había pensado escribir sobre el miedo. Ya tenía el artículo
redactado en la cabeza, solo me faltaba ponerme delante del ordenador y, como
me pasa siempre, comprobar que al final no me sale como lo había imaginado pero
aun así refleja lo que pienso.
Era martes 13 y me embarqué, no en un barco sino en un avión, pero no
importa porque la trezidavomartiofobia no es uno de mis miedos. Para cuando
aterricé en las antípodas de mi ciudad natal, otro día de verano tocaba a su
fin, el 14. Lo más destacado del primer vuelo habían sido las bromas de los
pasajeros españoles con la tripulación respecto al día que yo, al menos, escogí
para volar porque así me ahorré quinientos dólares. Cuando hubo turbulencias,
los niños me preguntaron si se caería el avión. Les contesté que la
probabilidad era de una entre un millón (o menos), así que no, seguramente no.
Antes, yo había estado en la oficina de policía del aeropuerto. Conservo
con orgullo y cariño las amistades de hace tantos años ya, fruto de mi trabajo
en el aeropuerto de El Prat de Barcelona. En esta ocasión, un amigo policía me
echó una mano con mi pasaporte, tan desbordado de sellos y visados que me ha
dificultado viajar; ironías de la vida. Mientras esperaba, afiné la antena, atenta
a cualquier historia, cualquier anécdota: los departamentos de policía están
siempre llenos de ellas. Y volví a oír esa palabra: «miedo». Mi amigo contó que
uno de sus compañeros estaba «tan cagado» que cualquier ruido le sonaba como
una explosión.
Volvió a salir el sol, yo apenas sin dormir; ya era día 15 y tenía un
artículo por escribir. Encendí el ordenador, eché un vistazo rápido al correo
con la idea de ocuparme de él más tarde, y me detuve en uno que me llamó la
atención por el título y porque sigo y conozco a su autor: Je suis L'ENFANT, de
Robin Grille. Lo leí y compartí en Facebook. Deseé que lo leyera todo el mundo,
pero… pensé que muchos de mis amigos no lo harían porque está en inglés. Enseguida
se me ocurrió traducirlo. Los que me conocéis podéis imaginar que suscribo cada
palabra. Ya me habéis escuchado o leído muchas veces: los genetistas pueden
invertir todo el tiempo que quieran en buscar el gen de la maldad. No lo
encontrarán porque no existe. Además, yo no creo en el determinismo genético.
No es la primera vez que menciono a Robin Grille; ya recomendé su libro Parenting for a Peaceful World en el
artículo sobre psicohistoria que escribí en abril de 2014: Asignatura pendiente: la Psicohistoria. Por si no lo leísteis, os recuerdo que Robin es psicólogo y
psicoterapeuta, además de padre, y sus libros y artículos han recibido
reconocimiento internacional.
He abandonado la idea del artículo sobre el miedo para otra ocasión y, con
el permiso del autor, he traducido el suyo, mucho más importante y urgente que
el mío, todavía sin escribir. Aquí lo tenéis:
“Otro
acto de brutalidad, una serie de ellos, y el mundo se une para protestar. Para
desafiar. Para unificarse.

Creo
que ha llegado el momento de cambiar la decrépita retórica, las viejas
etiquetas, y de hablar de cosas nuevas que se saben ya muy, muy, muy bien. La
prensa se mantiene superficial al vendernos sus baratijas. Arrasan los debates
sobre «ideología». Como si una ideología pudiera conducir a una persona a
matar, como un programa introducido en su cabeza. Sabemos que no es así.
Sabemos
que la propensión a la violencia no es innata. Y que no se puede activar al
leer una escritura sagrada. La ira, el vacío, la pérdida de identidad, la
credulidad sin fundamento, la falta de empatía… estas condiciones necesarias
para la violencia están todas embebidas en la neurología humana. La violencia
cuenta la historia de nuestra infancia. Ningún humano ha nacido para matar;
antes nos mataron el alma. Si no nos curamos, actuamos como primero actuaron
con nosotros. ¿Está escuchando alguien? ¡La ciencia del desarrollo infantil lo
ha estado proclamando desde los tejados de todo el mundo durante décadas!
Cada
guerra fue primero una guerra contra los niños. Cada acto terrorista viene de
haber aterrorizado a un niño. Cada viñeta sarcástica y ofensiva fue primero un
sentimiento de humillación y violación. Mira a tu alrededor. Dondequiera en
este mundo que haya patriarcado, dondequiera que exista una educación
autoritaria, dondequiera que se dé el castigo y la humillación en masa a los
niños, habrá violencia. No, no se trata del islam. No se trata del
cristianismo, del capitalismo, ni del rock
and roll. A no ser, está claro, que se usen como instrumentos del
patriarcado y el castigo. Haz un experimento. Busca cualquier lugar en el mundo
donde la cultura sea fuertemente patriarcal y la dinámica familiar sea
autoritaria. Dime si esa cultura no produce más violencia que sus vecinos. Dime
si los antropólogos y los científicos cerebrales se han equivocado desde el
principio.
Mientras
exista el autoritarismo y el patriarcado, habrá armas, bombas, motores de
gasolina, chimeneas de carbón, motosierras. A la violencia siempre se le pone
una marca. Islam. Capitalismo. Etcétera. En el fondo, el conductor es siempre
el mismo. La guerra y el terrorismo (si insistimos en hacer esas distinciones)
no son ideologías: son SÍNTOMAS.
La
violencia exige una respuesta. Pero cuando la violencia ya ha sucedido, todas
las reacciones conllevan un costo horrible. Es así porque cuando la violencia
ya ha ocurrido, esta es un indicador muy tardío de que algo urgente se ha
dejado desatendido. Algo ha sido terriblemente descuidado, ignorado, negado. Se
ha dejado pudrirse, y desarrollarse. Cuando mandamos a la policía, los aviones
de guerra… ¡ya es demasiado tarde! No prestamos atención cuando debimos haberlo
hecho. Hemos permitido que se avergonzara, descuidara, humillara, culturizara,
«socializara» a los niños. Y entonces, dejamos a los adultos sin curar. En nombre
de los «derechos culturales», en nombre de la «no interferencia», abandonamos
todo cuidado. Ocultamos nuestra indiferencia y pereza con el estandarte de la
tolerancia. Entonces… ¡BOOM! Respondemos a la violencia… porque hemos estado
demasiado desapegados para PREVENIRLA de raíz.
Dondequiera
que haya autoritarismo, dondequiera que haya patriarcado, se generará
violencia. Y en esta era de globalización, no existe el «muy lejos», el «allá»,
el «ellos». La violencia hacia los niños es un asunto de todos. El patriarcado
a cinco mil kilómetros trae una consecuencia, aquí mismo en nuestra calle.
Nuestro propio descuido se exporta al instante.
La democracia
tiene mucho por hacer. Y la paz. Ninguna de las dos son actos parlamentarios.
No vienen de arriba, sino de la dinámica familiar, de una forma de educar. Los
derechos del niño deben superar a los derechos de la cultura, o sufriremos
todos. Los conservadores son punitivos. Pero los liberales tampoco ayudan
cuando aceptan y defienden la cultura por el bien de la cultura.
Creo
que es hora de ser preventivos y proactivos. Si queremos terminar con la
violencia, debemos insistir en terminar la violencia hacia los niños. Tenemos
que equilibrar la dinámica de géneros y democratizar las relaciones familiares
en todo el mundo. TODO el mundo.
¿Podemos
declarar que los derechos humanos son universales? ¡Vaya pregunta! La pregunta
supone que no todos los humanos son humanos. Así que, si explotas a un hombre
en el nombre de la religión, ese aspecto de tu religión debe desaparecer. Si oprimes
a una mujer en el nombre de la cultura, ese aspecto de tu cultura debe
desaparecer. Si humillas o castigas a un niño porque siempre se ha hecho así,
esa tradición debe desaparecer. Debe desaparecer. ¡Basta!
Los derechos del niño deben triunfar sobre la religión e invalidar la tradición. Los derechos humanos deben triunfar sobre la cultura, no importa qué cultura. Occidente, Oriente, Medio Oriente, modernidad, antigüedad... por el bien de la humanidad debemos decidir que ninguna cultura esté exenta.”
Para leer el artículo en la versión original, podéis ir a la página del autor: Je suis L'ENFANT, de Robin Grille