Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

martes, 19 de abril de 2016

Método infalible para que los niños hablen inglés

Mis hijos nacieron en Australia y todo apuntaba a que pasarían su infancia en este país. En sus primeros años no fue así, pues vivimos en otros lugares y pasamos largas temporadas también en España. De todos modos, han estado la gran parte de sus aún cortas vidas inmersos en la cultura de un país en el que no existe una lengua oficial pero casi el 80% de la población es monolingüe en inglés.

A los que nos hemos criado bilingües y hablamos varias lenguas nos parece extrañísimo que existan personas monolingües. Es como si les faltara un brazo o una pierna: hay ciertas cosas que no pueden hacer. Por ejemplo, en un mundo tan globalizado como el de hoy, de repente se quedan callados cuando en la mesa donde se han reunido a comer con varios amigos, coinciden tres multilingües que se ponen a hablar en tres idiomas a la vez.

Yo paso de una lengua a otra de manera constante a lo largo del día. Es algo que he hecho desde siempre y me parece natural; además, según todos los estudios, es buenísimo para la mente, tanto la de los niños, que se desarrolla de manera más flexible para aprender otras habilidades como las matemáticas, como la de los adultos, que les fuerza a seguir ejercitándose y detener el desarrollo de enfermedades degenerativas como el Alzheimer.

Dado que soy multilingüe y he tenido siempre a mi disposición la posibilidad de pasarles esta herencia a mis hijos, quise desde antes de que nacieran que ellos también fueran de entrada bilingües. Ya había estudiado años atrás el proceso de la adquisición de lenguas en los niños, incluso empecé un máster en pedagogía bilingüe en Estados Unidos (no lo terminé) y trabajé con niños hispanos que llegaban al colegio sin apenas hablar nada de inglés. Pero al tener a los míos propios y observar cómo tantas otras madres de España, Alemania, Perú, Chile, Japón, Singapur, Indonesia (se me olvidará alguno) se habían emparejado con australianos y sus hijos ya solo hablaban inglés, quise investigar un poco más por qué tantas madres no conseguían pasar su lengua —por algo se le llama «la lengua madre»— a sus hijos. Después de hablar con algunas, llegué a temer que a mí también me pasara eso: que los niños se negaran a hablar la lengua minoritaria que yo escogiera para comunicarme con ellos.


Aclaro que eso es lo que hubiera hecho en cualquier lugar del mundo: optar por la lengua minoritaria para que mis hijos no hablaran solo la dominante. He oído decir a más de una persona que no sería capaz de comunicarse con sus hijos en otra lengua que no fuera la propia con la que se crio, la nativa. Las personas que opinan así no son bilingües o multilingües, o su lengua nativa domina sobre la otra u otras. Pero los que pasamos de una lengua a otra con tanta facilidad no tenemos esa lealtad a la lengua nativa y podemos optar por olvidarla y hablar la lengua adquirida más tarde con nuestros hijos, como en efecto han hecho tantas madres y padres que he conocido aquí. Yo siempre había pensado que si hubiéramos vivido en Barcelona, les habría hablado en inglés, sin importar cuál hubiera sido el idioma del padre. Y de esta manera tan fácil y barata habrían crecido hablando tres idiomas a la vez: inglés, catalán y castellano.

Cuando nació mi primer hijo, hace casi diez años, caí en la trampa de creer que iba a cambiar mi estilo de vida de manera que no podría viajar como había hecho hasta entonces. Entre otras cosas, pensé que ya no podría permitirme ir a Barcelona al menos una vez al año o año y medio. Por esa razón, me decanté por escoger el español como lengua minoritaria para comunicarme con él. No dejé de moverme; uno de los viajes más memorables y entrañables de esos tiempos fue a Japón yo sola con mi hijo de un año y embarazada del segundo. Y continuamos visitando Barcelona periódicamente. Entonces pensé que debería haber escogido el catalán. Sí, me arrepentí porque me di cuenta de que el castellano lo habrían aprendido de manera más fácil a partir de saber ya catalán. Ahora son bilingües en inglés y español, y cuando van a Barcelona «pillan» el catalán con mucha facilidad, pero en cuanto nos vamos lo olvidan, porque no lo usan. Desde que nacieron le pedí a mi madre que les hablara en catalán como al resto de sus nietos, pero a diferencia de mí, ella es comodona cuando se trata de la lengua: sigue la corriente de lo que se habla, mientras que yo, rebelde, me empeño en hablar la que menos se habla. Así que, como yo les hablo en castellano, ella también.

Ahora que tienen ocho y casi diez años, es evidente que su primera lengua, con la que se sienten más a gusto, es el inglés. Su vocabulario es más amplio pues prefieren leer en inglés y ver películas en inglés y escribir en inglés. Alex dice que «el inglés es más guai». Conmigo siguen hablando en español y también entre ellos cuando están solos o conmigo, pero cada vez más a menudo me dicen palabras y hasta frases enteras en inglés, o me preguntan: «¿Cómo se decía en español?»

Yo jamás les he exigido que me hablen en la lengua que he escogido. Es más, obligar a que se comuniquen en una lengua específica es una de las razones por las que los niños la pierden: se rebelan contra ella. La otra causa es no hablar siempre, sin excepción, la lengua objetivo. Eso es lo que me he limitado a hacer: hablarles siempre en español, en todas las situaciones y sin pudor. Lo recalco porque lo que he observado en las madres (y padres en menor medida) que se quejan de que sus hijos no quieren hablar su lengua es que ellas han sido las primeras en desdeñar esa lengua en situaciones sociales para no quedar mal con otras personas. Yo no: siempre he puesto a mis hijos por delante de otras personas, como debe ser, así que les hablo siempre en español. Si hay más gente involucrada, lo repito todo en inglés: no me importa el trabajo extra, aunque ahora a veces son los niños los que traducen por mí.

Cuando eran pequeños mucha gente me preguntaba si les estaba enseñando español. Era una pregunta siempre sorprendente. Yo contestaba: «No es necesario enseñarles. Les hablo en español, y ellos también lo hacen. Así de fácil». A medida que pasaban los años y los niños no se rebelaban contra la lengua madre, la gente me preguntaba cómo lo conseguía. Algunos me dijeron: «Claro, como no van al colegio y están siempre contigo…». No, no es eso. Eso es como afirmar que no se socializan por el hecho de no ir al colegio. Ya lo he dicho muchas veces pero no me importa repetirlo: precisamente por el hecho de no tener que ir al colegio o al trabajo de nueve a cinco, tanto mis hijos como yo nos relacionamos con más infinidad de gente que los que siguen una rutina y tienen que tratar con las mismas personas día tras día. Que los niños hablen y mantengan una lengua minoritaria es fácil y se puede conseguir sin obligar ni prohibir nada.

El título de este artículo es «Método infalible para que los niños hablen inglés» y, aunque no lo parezca, es en eso en lo que me quiero centrar, a pesar de que en mi caso no es mérito alguno que mis niños dominen el inglés. Sin embargo, creo que sí me merezco todo el mérito de que hablen español y tengan una facilidad asombrosa para aprender otras lenguas y, como he dicho, otras habilidades como las matemáticas. Por cierto, voy a expresar una opinión que hace tiempo que deseo gritar a los cuatro vientos: las matemáticas están chupadas, solo hay que pillarles el truquillo; la lengua, en cambio, es infinitamente más difícil, por la sencilla razón de que no es cuadriculada.

Me atrevo a hablar de este método infalible porque llevo treinta años estudiando la lengua inglesa con pasión y sin descanso. Durante muchos años di clases de inglés en Barcelona y Perth y, modestia aparte, todos los alumnos que he tenido me adoraban; con algunos he conservado la amistad durante años hasta hoy. Solo recuerdo una madre que no estuvo satisfecha con mi manera de enseñar a su hijo, al que daba clases particulares de todo (después de haberse pasado el día entero en el colegio, ¡pobre niño!). La madre me dijo que yo «no le imponía disciplina» y que solo hablábamos y jugábamos pero no parecía que el niño estuviera aprendiendo nada conmigo. No me despidió; fui yo quien se excusó: «Me voy a coger un tren hacia tierra austral», pero ella me preguntó si conocía a alguien que me pudiera sustituir, «un chico mejor, que será más estricto que tú». El niño tenía once años y tengo la esperanza, como con todos mis alumnos, de haberle inspirado algo. Ahora jamás me aventuraría a educar a otros niños que no sean los míos, no por ellos sino por tener que tratar con madres y padres que aún están anclados a la idea de que para aprender hay que sufrir.

Este método es ideal para poner en práctica desde el mismo nacimiento del niño, aunque nunca es tarde. Partiendo de la base que el niño en cuestión nace en España, digamos que en Madrid, lo mejor sería que uno de los dos padres escogiera el inglés para comunicarse con su hijo. Si el progenitor es nativo de esa lengua tiene ya mucho ganado, no solo porque le puede resultar más natural, sino porque no tendrá que enfrentarse a la incomprensión social. Un español que se decante por este método, en cambio, tendrá que ataviarse con el chubasquero para que la crítica social que caerá sobre él le resbale con más facilidad. Si resulta que ninguno de los padres se ve capaz de asumir ese papel, ya sea porque no dominan suficiente el inglés o por no sentirse capaces de mantener esa responsabilidad de por vida, lo siguiente mejor es contratar a una persona cuidadora de los niños que les hable solo en inglés. Un au-pair sería lo ideal. No sé si a España todavía van au-pairs como antes era popular; aquí sí, y resulta un arreglo conveniente para las dos partes. Algunos padres me han dicho que no todos se lo pueden permitir. Bueno, yo discrepo, porque luego veo que matriculan a sus hijos en clases de inglés extracurriculares. Eso es tirar el dinero, igual que recibir clases de inglés en el colegio. Pero si no pueden o no quieren tener a un au-pair, pueden contratar a alguien aunque sea solo uno o dos días a la semana; lo importante es que hablen solo en inglés y siempre: que jueguen con ellos en inglés, que les lean en inglés, que miren películas y dibujos animados en inglés.

Y eso es todo lo que hay que hacer para que los niños hablen inglés, así de fácil. Sobre todo: no gastarse el dinero en clases particulares ni meterlos en una academia; eso es como llevarlos un mes a Inglaterra con un grupo de cincuenta niños más: divertido, pero es más probable que el profesor acabe hablando español que los niños en inglés.

Si yo sola he conseguido que mis hijos hablen español en un mundo dominado por el inglés, cualquier madre o padre puede conseguir que sus hijos hablen el inglés, sin inmersión, sin clases particulares… sencillamente hablando y jugando.