Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

jueves, 18 de junio de 2015

Copiar o crear

Soy la segunda de cuatro hermanos y durante mi primera década de vida fui justo la del medio. Hasta que no tuve a mis propios hijos no me di cuenta de la gran ventaja que esta circunstancia ha supuesto para mí a la hora de entender y empatizar con ambos. Ellos son solo dos, así que uno es el mayor y otro es el pequeño. Yo fui la mayor y la pequeña, y como tal me pegaba a mi hermano como un chicle a la suela del zapato mientras intentaba desprenderme de la pesada de mi hermana que, a su vez, anhelaba ser una fotocopia mía.
Mi hermano era mi héroe; yo adoraba todo lo que él hacía y por tanto lo imitaba. No me había dado cuenta de que él era niño y yo niña, aunque él a menudo me lo recordaba y usaba esa nimiedad biológica como excusa para condenarme al ostracismo. Yo era una molestia, pero no me rendía: me vestía como él, lo seguía en mi bicicleta, lucía mis heridas con orgullo y me apuntaba a todas las peleas con los niños. Y aun así me quedaba tiempo para vivir mi propia vida e irritarme el hecho de que mi hermana copiara todos y cada uno de mis gestos y palabras, y quisiera incluso apropiarse de mis amigas como yo pretendía adoptar a los amigos de mi hermano.
Hasta que no fui adolescente no comprendí que mi hermana no me copiaba para hacerme rabiar, sino porque me idolatraba. Me resultó curioso haber tardado tanto en darme cuenta, ya que la propia fascinación que yo sentía por mi hermano siempre estuvo muy clara para mí. Cuando por fin lo comprendí, ya no sentí esa irritación de tenerla siempre pendiente de mí, sino agradecimiento, porque me subió la autoestima en la época en la que corría el máximo peligro de extinción. A partir de entonces ya no me abandonó la convicción de que quien te copia, te admira, y eso significa que algo estás haciendo bien.
Observando a mis hijos, enseguida se hizo manifiesto que el pequeño imitaba al mayor y que eso, a menudo, suponía un fastidio. La primera vez que le oí gritarle «¡No me copies!» le dije que si lo hacía era porque lo admiraba y por tanto él podía considerarse ya, y con solo tres o cuatro años, un líder, alguien que está abriendo camino. El pequeño, por descontado, niega siempre que esté copiando al otro (mi hermana también lo negó siempre).
Copiando o imitando, así es como aprendemos, y lo hacemos todos. Es más, es la única manera eficaz de aprender algo: siguiendo el ejemplo de alguien que lo ha hecho antes. Para mí un verdadero líder no es el que predica y manda a otros lo que hay que hacer, sino el que simplemente hace, y además sin esconderse, porque no tiene miedo a que le imiten. 
Pero hay que reconocerlo: a veces, que nos copien incordia. Incluso enfurece. Yo no pierdo oportunidad de recordarles a mis hijos que cuando alguien les copia es para sentirse orgullosos, pero debo admitir que si sorprendo a alguien copiándome a mí, o repitiendo algo que yo dije antes (sin citarme), no siempre me hace gracia. Siento el impulso de exclamar: «¡Eso lo dije yo primero!». Porque resulta que el copión se está llevando el reconocimiento del público por una idea que ¡es mía!


Ajá, así que eso es lo que buscamos en realidad: la validación externa.
Es algo muy evidente en los escritores. No solo nos molesta que nos pirateen y plagien, sino también que nos roben las ideas. Algunos incluso nos creemos tan imaginativos como para caer en el engaño de que esa idea tan original que se nos acaba de ocurrir ha salido de la nada; es decir: de nuestras neuronas de genio creador.
En el párrafo anterior he usado la primera persona del plural para mostrar apoyo a esos ilusos escritores que se creen genios de la imaginación, pero la verdad es que no me incluyo entre ellos. Yo soy creativa y tengo imaginación, pero no soy una ilusa: sé que mis ideas (tengo un montón) son fruto de cientos de libros leídos, películas vistas y, sobre todo, historias que me han contado, o de las que yo misma he sido testigo o he vivido. Historias de la vida real.
No hay nada como el ejemplo de la vida misma. Para escribir una novela, no hay más que cocer una mezcolanza de anécdotas y personalidades (para los personajes), inventarse un hilo conductor, crear algún conflicto (mejor si es moral), darle vueltas, y luego resolverlo. La libertad total de ideas no existe; todo lo que nos rodea nos influye, y yo siempre he vivido rodeada de libros y de gente con historias dignas de contar.
Algunos escritores siguen tendencias o modas. Son los que necesitan escribir para ganarse la vida. Estudian el mercado (o se dejan aconsejar por los que estudian el mercado), determinan lo que vende, y escriben más de lo mismo. Otros, los que se creen genios, no solo no quieren saber nada de lo que ya hay ahí fuera, sino que no leen; solo escriben, no vaya a ser que su genialidad se vea contaminada con la ordinariez de otros, o peor aún: no vaya a ser que descubran que su gran idea ya está escrita. A mí me pasó una vez: empecé a escribir la mejor novela del mundo y entonces descubrí que el cretino de Edgar Allan Poe me había robado la idea.
Fuera de la literatura, y en el marco más amplio de la vida, he descubierto en innumerables ocasiones a otras personas que han deseado seguir mi ejemplo, e incluso superarlo, aportar algo más. No me molesta en absoluto. Al contrario, me halaga infinito. Por ejemplo, sigo recibiendo cartas de lectores y viajeros para agradecerme el hecho de haber narrado mis viajes, ya que eso les ha inspirado a emprender algo parecido. Es una de las mayores satisfacciones que siento como escritora: inspirar. Yo también lo hago; en cuanto deseo aprender algo nuevo, observo cómo lo han hecho otros antes, los interrogo, e intento hacerlo aún mejor.
Hay copiones que solo copian. Esos son los que más irritan, porque encima pretenden llevarse todo el mérito, y por tanto se aseguran de divulgar lo que han robado. Da mucha rabia, sobre todo porque a veces es imposible detenerlos. Ellos son comercialmente más agresivos, se defienden mejor a codazos de márketing, aunque son más chapuceros y baratos, y no importa que no sean originales y sí muy conscientes de dónde y a quién copian. Son los que ganan más dinero.
Hablo de los chinos, por supuesto. Los chinos copiaron todos los diseños originales de mi madre, y fueron la causa principal de que la empresa familiar que fundaron mis bisabuelos en 1942 tuviera que cerrar después de más de medio siglo de funcionamiento.
Pero hay chinos que no vienen de China. De hecho, los hay en todas las nacionalidades.
Yo creo que cuando uno tiene la mala suerte de que le copie uno de esos, lo mejor es callar, aceptar que la justicia no existe, dejar que se lleve el mérito, y seguir trabajando.
No todo el mundo opina así, por supuesto. Es que provoca una enorme ira y frustración invertir años de trabajo e investigación para que luego aparezca un tal Dan Brown y le robe a uno la idea principal de su libro. Eso fue lo que les pasó a Richard Leigh y Michael Baigent, que decidieron llevar el caso a juicio. En su libro The Holy Blood and The Holy Grail (El enigma sagrado en español), publicado en 1982, Jesús de Nazaret se casa con María Magdalena, tienen un hijo, sus descendientes emigran al sur de Francia y esa dinastía continúa hasta nuestros días, una sociedad secreta que protege a sus herederos de la Iglesia Católica. ¿Nos suena de algo? Sí, claro. Yo también leí la novela que apareció once años más tarde (genial para pasar unas horas; con la peli ya no pude), pero el tema no era nada nuevo. El error que cometieron Baigent y Leigh, a mi modo de ver, fue publicar su obra como verdadera historia y encima pretender monopolizar la idea como si la hubieran «descubierto» ellos. Tachado de pseudohistoria y denostado por historiadores y académicos, de todos modos fue un superventas. El crítico literario Anthony Burgess (famoso también por ser el autor de La naranja mecánica) opinó que habría sido una excelente novela. Ahí es donde se le debió de encender la bombillita al autor del aún mayor superventas de una década más tarde. Los autores del primer libro perdieron el pleito y mucho dinero.
Yo no copio; soy original y auténtica. Sin embargo, mis ideas no salen de mi cerebro de genio. No sé de dónde vienen porque llevo toda la vida empapándome de las ideas e historias de otros. Creo en el trabajo y la observación más que en la genialidad, porque tengo la certeza de que cualquiera puede ser un genio. La motivación y el empeño son los motores de la creación. Imaginación y creatividad las tiene cualquiera.
No sé qué haría si alguna vez descubriera que otro autor (con más éxito y reconocimiento que yo) me ha plagiado voluntariamente. Creo que es una de esas situaciones en las que uno no puede predecir cómo actuará hasta que se encuentra en ella. Es como cuando te crees superprogre y le dices a tu pareja que claro que no hay problema por que se acueste con otras y otros siempre y cuando te siga queriendo solo a ti. Todo perfecto hasta el día en que te confirma que se ha acostado con otras y otros, y resulta que no te hace ni pizca de gracia, porque ¿qué necesidad tiene de acostarse con otras y otros?, ¿acaso no le das tú ya todo lo que puede desear? (A mí no me ha pasado; le pasó a un amigo de un amigo de un amigo.)
Me encantaría poder expresar aquí mismo que si a mí me plagiara un escritor de esos tan mediáticos, yo me sentiría halagada, me encogería de hombros y procedería a desarrollar mi siguiente gran idea. Al fin y al cabo, qué importa el reconocimiento público; lo fundamental es disfrutar con el trabajo, escribir porque no somos capaces de no hacerlo; las ideas son de dominio público y no está bien creernos poseedores de ellas... Lo primordial es avanzar juntos hacia un mundo mejor. Total, dentro de cien años estaremos todos muertos y ¿a quién le importa que le recuerden por los siglos de los siglos si uno ya no está aquí para comprobar cómo le recuerdan? ¡Viva el anonimato! (Aclaro que yo no creo en el más allá.)
Termino ya recordando a los lectores que todo lo que publico en mi blog está protegido por el copyright, así como mis libros, y que la reproducción total o parcial no está permitida y sí sancionada por la ley (o eso dicen).