Termino
de escribir este artículo y, para poner el punto final, me dispongo
a redactar este primer párrafo. Este mes me apetecía hablar de los
animales, pues son seres que sufren mucho a causa del comportamiento
humano, y todavía queda un enorme trabajo por hacer en su defensa. Al
ponerme a escribir, sin embargo, me he dado cuenta de que tenía que
centrarme en un solo aspecto sobre los derechos animales, porque
si no esto podría convertirse en un libro que no estoy preparada
para escribir y que, además, requeriría meses o años de profunda
investigación. Así que he dejado de lado las fiestas tradicionales
o nacionales con animales, los circos, las condiciones en las que
viven los animales de matadero, lo que están haciendo con las
abejas, la caza y el tráfico de animales para fines comerciales, el
por qué del vegetarianismo... En fin, un montón de temas que no
puedo abarcar de una sola vez, aunque sea solo para expresar mi
opinión. Me centro en uno solo: los parques zoológicos.
Se
parecen mucho a los colegios; ya lo he dicho alguna vez. Ambos son
prisiones en las que se mantienen en cautiverio a seres inocentes en
contra de su voluntad. Bueno, pero los tratan bien, dice tanta gente
que se niega a ahondar en el asunto: les dan de comer, los educan,
los protegen, los domestican... Para mí eso no es tratar bien.
Poseer a un animal —humano o no— no es tratar bien. Despojar a un
individuo de su libertad y autonomía y encerrarlo en un entorno
artificial que imita al verdadero mundo de ahí fuera no es tratar
bien, por muy buenas que sean las intenciones de los que se creen con
la autoridad para decidir sobre el destino de otras personas y
animales.
En
los zoológicos, los animales no tienen espacio para correr, saltar,
nadar, volar, buscar pareja o procurarse el alimento. La estimulación
física y mental no tiene cabida. En suma: los animales no tienen la
libertad de hacer animaladas. ¿Os recuerda a algo? Exacto: a los
niños tampoco les dejan hacer animaladas en el colegio, o en su
caso, «chiquilladas».
La intención de la escolarización también es buena, y también va
en contra de los derechos del individuo.
Los
zoos enseñan que tener a animales en cautiverio es lo normal, y que
es aceptable interferir en su naturaleza. El hecho de que usen a los
niños como consumidores principales de sus atracciones es lo más
alarmante. La mayoría de niños acepta esta realidad porque está
muy normalizada por la sociedad, pero es algo aprendido, como el
racismo, la homofobia y otros tantos prejuicios con los que no
nacemos.
A
mí jamás me gustó ir al zoo de pequeña. De hecho, no recuerdo
haber ido nunca, aunque mi madre asegura que sí me llevó al menos
una vez. Los animales encerrados me daban pena; jamás
me parecieron felices, sino aburridos, letárgicos, pero nos
enseñaron que eso era normal. En los documentales de nuestro querido
Félix Rodríguez de la Fuente, en cambio, eran muy activos. Ha sido
en años recientes cuando he visitado varios zoos, para beneficio de
mis hijos. El primero fue el zoológico de Singapur. Los niños eran
muy pequeños pero su reacción me dio que pensar: fue de horror
total. De hecho, tuvimos que salir porque no paraban de llorar. Ya
entonces yo sabía que mis hijos no eran normales, aunque con una
madre como la suya, qué se podía esperar. (Hace unos días, Alex me
preguntó si yo de pequeña era rara. Le contesté que sí y me dijo:
«Ah,
por eso nosotros también somos raros»).
Quise que vieran cómo eran algunos animales de verdad, para que los
relacionaran con los de los libros que leíamos, pero tuvieron que
pasar un par de años antes de que aceptaran volver al zoo sin
llorar. Entonces me preguntaron por qué encerraban a esos animales. Están acostumbrados a ver a muchos en libertad, hasta que
vamos a alguna ciudad y los vemos en jaulas, ¿por qué? Les respondí
que los zoos son centros de entretenimiento para los humanos, y de
educación, porque gracias a ellos conocemos y vemos las costumbres
de animales de todo el mundo sin necesidad de desplazarnos a su lugar
de origen. Ellos, por ejemplo, han visto leones, elefantes, jirafas,
lemures y hienas sin haber estado en África. Ahora hace mucho tiempo
que no visitan un zoo, pero la última vez que fueron Dave me
comunicó que estaba en contra de los zoos y que «las
personas solo deberían tener animales si los animales quieren vivir
con ellos, como los perros o los gatos».
Además,
sabemos que en los zoológicos los animales salvajes como los osos
polares, los leones, los elefantes, los tigres y los primates sufren
aburrimiento, frustración, ansiedad, estrés, e incluso zoochosis,
un comportamiento que se caracteriza por movimientos obsesivos y
agresivos contra uno mismo. En fin, el parque zoológico moderno ha
quedado obsoleto y debería eliminarse, igual que la escolarización
convencional, la monarquía y tantas otras instituciones parásitas
de las que nos cuesta tanto despojarnos en nombre de la tradición, o
lo que es lo mismo: la nostalgia absurda a un pasado injusto.
Por
«zoológico
moderno»
se entiende el tipo de zoo que se inauguró en el siglo XIX
en
Londres, París y Dublín, coincidiendo con la fascinación
victoriana por la historia de la naturaleza y la creciente
urbanización de la población europea. Antes, y durante milenios,
había habido ménageries
o
«casas
de fieras»,
colecciones de animales vivos privadas de reyes y emperadores, que
simbolizaban su poder. La más antigua se descubrió en
Hierakonpolis, Egipto, en 2009 y data del año 3500 antes de Cristo.
La función del zoológico moderno era entretener a los ciudadanos
con animales salvajes y exóticos de otras partes del mundo, y su
popularidad fue instantánea. En esa época tan colonial había menos
conciencia sobre derechos humanos y animales, así que no hacía
falta esconder el verdadero objetivo.
Hoy
en día, esto empieza a no ser aceptable. Cada vez son más los
defensores de los derechos de los animales, así como los defensores
de los niños, las mujeres, la gente de colores, los descapacitados
físicos o mentales, o cualquier colectivo en desventaja del
dominante hombre blanco. Los defensores de los animales arguyen que
el especismo
es un prejuicio tan irracional como el racismo o el sexismo y que los
animales deberían tener tanto derecho como los humanos a controlar
su propia vida, y que deberían respetarse sus necesidades básicas,
como por ejemplo, la falta de sufrimiento.
En
la última década o dos, algunos zoológicos han adoptado un cambio
de nomenclatura para distanciarse del estereotipo de zoológico del
siglo XIX,
que cada vez se critica más y está perdiendo popularidad.
Ahora
hay zoos que ya no son zoos, sino «bioparques»
o «parques
de conservación».
Me recuerdan a los colegios alternativos. La justificación de estos
parques es que llevan a cabo la exhibición de animales salvajes en
primer lugar para garantizar la conservación de las especies en
peligro de extinción y facilitar la investigación y la educación,
y en segundo lugar, para el entretenimiento de los visitantes.
Busco
al azar en internet uno de estos bioparques y leo que su misión es
«promover
la educación ecológica y la conservación de las especies en
peligro de extinción».
Descubro la mentira con el primer clic en su página web: hay
atracciones y espectáculos para niños, secciones de África, el
Ártico, etc. En África hay elefantes, jirafas, hipopótamos...
También hay «paseos
en animales»
y en una fotografía se ve a dos bueyes atados a un carro en el que
pasean varios niños.
No
nos dejemos engañar: la mayoría de animales de zoológico no están
en peligro de extinción, y la educación es el último de sus
objetivos, porque si lo fuera, harían que sus visitantes pasaran un
examen antes de abandonar el recinto (eso es lo que se entiende por
educación).
Estos
bioparques o parques de conservación son
eufemismos, estrategias que usan los directores o zoólogos para que
no se noten tanto sus intereses comerciales. Asimismo, las escuelas
modernas y otras que se llaman alternativas siguen empleando los
mismos métodos de educación obsoletos que hemos heredado del siglo
de la industrialización, pero con una capa de azúcar para que no se
note tanto.
Hace
un par de días, uno de estos centros saltó a las noticias de
Estados Unidos gracias a un vídeo de un orangután dando el biberón
a tres cachorros de tigre. El nombre del centro impresiona:
T.I.G.E.R.S (The
Institute of Greatly Endangered and Rare Species Safari and
Preservation Station),
pero no son más que palabras para camuflar una triste realidad:
según una investigación encubierta de la Humane
Society of the United States
(HSUS), los cachorros de tigre se crían en cautiverio bajo
condiciones de crueldad y sobreprotección, de manera que jamás
estarán capacitados para vivir en su hábitat natural. Se estima que
en Estados Unidos hay solo unos tres mil pumas salvajes (wild tigers), mientras
que la población que nace y crece en cautiverio es ya de siete mil y
va en aumento. La tarea que llevan a cabo estos centros de
conservación de vida salvaje es simplemente lucrativa: su función
es entretener a los turistas, que es lo que da dinero. Si todavía no
habéis visto el vídeo que ha sido noticia, no temáis: será uno de
esos que correrá por las redes sociales y se compartirá miles de
veces acompañado de palabras ñoñas como «¡pero
qué mono!»
Porque, además, el orangután es macho. ¡Un macho dando el biberón
a tres cachorros de otra especie! Es lo no va más. Totalmente
antinatural, pero no importa: es publicidad y da dinero. Según esa
investigación, a los cachorros de tigre se les da una alimentación
escasa y estricta de leche para ralentizar su crecimiento y alargar su
aspecto adorable para las fotos; cuando son demasiado grandes, los
venden a traficantes ilegales de vida salvaje o los «descartan».
Descartar:
otro eufemismo que significa aniquilar sin más, porque ya no
interesa desde el punto de vista comercial. Como le ocurrió a la
jirafa Marius del zoo de Copenague, en febrero del año pasado. A
pesar de miles de peticiones en las redes sociales, la propuesta de
otros dos centros de reubicar a Marius, e incluso una oferta de medio
millón de euros de un benefactor adinerado, el zoo procedió a la
«eutanasia»
de la jirafa sana con un disparo en la cabeza; entonces la diseccionó
en público y arrojó como alimento a los leones en presencia de un
grupo de niños.
Este
polémico zoo volvió a ser noticia cuando poco después sacrificó a
cuatro leones por medio de una inyección letal; de nuevo, por razones genéticas. El director del centro dijo que esperaba que sus acciones
mantuvieran mejor informada a la gente. En el caso de la jirafa, era
una cuestión de limpieza étnica, y en el de los leones, para evitar
la endogamia, un problema generado por el propio zoo.
La Asociación Europea de Zoológicos y Acuarios (EAZA), un órgano que
representa a trescientas cuarenta y cinco instituciones en cuarenta
y un países, declaró que el zoológico de Copenhague no quebrantó
sus códigos de conducta y que fue «consistente
en su enfoque sobre el manejo de la población animal, y el alto
nivel de bienestar de los animales».
Según esta asociación, en los zoológicos
europeos bajo su jurisdicción, de tres mil a cinco mil animales
mueren cada año bajo los programas para mantener las poblaciones en
los zoológicos.
El
público enfurecido pidió el cierre de ese zoológico. Y yo me
pregunto: ¿por qué ese y no todos? El resto no es mejor que el de
Copenague. Lo que tiene de diferente este es que no se esconde.
Mientras
existan organizaciones como EAZA, que defienden estas prácticas, la
lucha a favor de la libertad de los animales es muy difícil. Aun
así, confío en que dentro de pocas décadas habrán desaparecido
por completo los zoológicos y el resto de prisiones animales que se
camuflan bajo falsos pretextos de conservación. En última
instancia, lo que salva a las especies animales en peligro de
extinción es la conservación de su hábitat natural y la lucha
contra las razones por las que se persigue y mata a los animales.
Desde
casa tenemos mucho poder para conseguir el cierre de los zoológicos
y la relocalización de los animales a sus hábitats naturales o a
centros de rehabilitación en sus países de origen. Para empezar, no
llevemos a nuestros hijos al zoo. No les enseñemos que para
entretenerlos es aceptable invertir dinero en el sufrimiento de otros
seres. No les engañemos con la excusa de que es educativo. ¿Qué
niño en su sano juicio lee los carteles explicativos de los zoos? Ni
siquiera los adultos lo hacen. Los niños y adultos que tengan
verdadero interés y amor por los animales pueden informarse gracias
a los excelentes documentales que abundan hoy en día, leer libros,
visitar santuarios y verdaderos centros de acogida de animales, o
ahorrar el dinero que se gastarían en el zoo para viajar a lugares
donde es posible observar a los animales en sus hábitats naturales.