Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

lunes, 16 de marzo de 2015

Pensamientos de escritores

El mes pasado asistí al Perth Writers Festival. En tres años, ha sido la primera vez que he podido acudir los cuatro días enteros, apenas sin perderme nada. Fue una experiencia inspiradora y muy intensa, casi diría que demasiado intelectual: después del último día pensé que no aguantaría uno más y necesitaba con toda urgencia volver a casa a jugar al Monopoly con mis niños o hacer castillos de arena en la playa. Me sentía como si hubiera vuelto a la universidad y me dolía la cabeza de escuchar con tanta atención el discurrir de gente que hablaba tan bien.
Lo más provechoso fue conocer a las principales editoras y editoriales (a ver cómo se traduce esto; en inglés son editors y publishers y están bien diferenciados) de este país donde vivo, Australia. Llevo más de dos años dándole vueltas a la idea de entrar en este mercado, ya que estoy aquí, me gusta la literatura de aquí y el inglés se me da mejor que el español. Pero para intentar entrar en el mercado, antes tenía que conocerlo. Ya cometí el error, hace catorce años, de enviar mi primer libro a una editorial española sin tener ni idea de cómo se hacen las cosas, y aun considero un éxito que se molestaran en responderme con sus amables cartas de rechazo. Así que las escuché (atención: todo mujeres, como en mi novela Nunca dejes de bailar, qué casualidad, ¿no?) y las interrogué.
Eran muy accesibles, encantadas de hablar con otros como yo a los que nos llamaron aspiring writers. Me sorprendió su cercanía y la confesión de que estaban siempre en busca de lo que en España observo que llaman «un mirlo blanco»; aquí son menos poéticas: se contentan con «una gema», quizás porque es menos difícil de encontrar. Nos urgieron a enviar nuestros manuscritos siguiendo las directrices de sus páginas web, sin molestarnos a hacerlo a través de una agencia literaria. Aseguraron que leen todo lo que les llega a su slush pile y responden en un plazo de no más de tres meses. Y explicaron el proceso de después de manera que parecía que publicar con una editorial convencional es tan fácil como en la revista del instituto. Hicieron hincapié en que gran parte de la promoción es responsabilidad del escritor y es imprescindible hablar en público y hacerlo bien.
       Cuando alguien preguntó por la cuestión monetaria se creó un largo silencio, seguido de risas: no hay dinero. Uno de los «aspirantes a escritor», que luego me confesó en privado que acababa de firmar un contrato con una de esas editoriales y no le pagaban absolutamente nada de adelanto, se atrevió a opinar en voz alta que se gana más en Amazon. De nuevo se creó un silencio hasta que otra escritora, esta vez no aspirante sino ya con pleno derecho a la etiqueta, dijo que ella llevaba veinte años publicando y no ganaba apenas nada y que escribir es una pasión, no una manera de ganarse la vida.
En fin, lo de siempre. Y yo me pregunté: ¿Para qué planteármelo siquiera? No le veo ninguna ventaja a publicar con una editorial tradicional: si no perteneces al 5% que vive de lo que escribe, no cobras nada, y encima tienes que ir a sitios a vender tus libros y que sean otros los que se queden con la recompensa de tu esfuerzo. A pesar de eso, lo voy a probar, solo por experimentar, por ver qué pasa. Pero no enseguida: la traducción de Amanecer en el Sudeste Asiático, que ya está casi lista, saldrá publicada bajo mi sello Dunsborough Books. He escuchado a los que me han aconsejado que la envíe a una editorial convencional, con más poder de distribución, pero al final he decidido no hacerlo, porque detrás de esta obra hay miles de horas de trabajo y quiero ser yo quien cobre algunos céntimos por ella.
Esta soy yo, el primer día
Aparte de las editoras, conocí a muchos escritores, y de todos tipos, algunos famosísimos y que han vendido millones de libros en todo el mundo. Con esos evité hablar de tú a tú. Con una no pude evitarlo, porque alguien me lo pidió... Fue esta autora precisamente quien dijo en una de sus charlas que ella rehuía a sus ídolos, ya que siempre que había conocido a alguno en persona se había llevado una gran decepción. A mí me pasa lo mismo: a los escritores que leo y admiro prefiero verlos y escucharlos desde la distancia, como a un dios. Porque... ¿acaso no son un poco como un dios? Se meten en la vida de todos los personajes, crean conflictos y luego los arreglan, hacen llorar, reír, pensar, empatizar... Como esa famosa autora, yo también temo descubrir que detrás del talento de ese dios no hay más que un ser humano, normalito y corriente como todos.
De hecho, más de una vez pensé: qué aburridos somos los escritores, todos decimos lo mismo. Por otro lado, fue reconfortante comprobar que esos tan exitosos tienen las mismas dudas, dilemas y maneras de trabajar que yo: me hicieron sentir que soy una de ellos; aunque desconocida, yo también soy escritora. Alguien dijo: «La gran mayoría de nosotros llevamos una vida bastante ordinaria, pero a la que te pones a excavar en la intimidad de cualquier persona, enseguida encuentras algo extraordinario que vale la pena contar». Yo también lo creo. Los escritores lo sabemos y por eso solemos ser buenos «escuchas».
Me sorprendió que solo uno, un inglés jovencísimo cuyos thrillers son superventas en todo el mundo, confesara hacer esquemas antes de ponerse a escribir. El resto admitió no planear mucho. Otro muy exitoso y ganador del Man Booker Prize dijo que para él escribir resulta tan difícil que si encima tuviera que planear con esquemas, no terminaría nunca. Y añadió que le resultaba aún más complicado hablar de sus novelas, así que solía comprobar qué destacaban los críticos sobre ellas para poder parafrasearlos y hasta plagiarlos.
Algo que me llamó la atención, porque se repitió varias veces a lo largo de esos días, fue que todo escritor está esperando a que alguien se muera. Se entiende que para escribir sobre esa persona que no pueden ni camuflar en una novela por miedo a ofenderla quizás... Así que yo tampoco soy la única en eso... Aunque yo ya había decidido que para qué esperar: lo único que tengo que hacer es escribir en un idioma diferente. Ya, pero ¿y si luego lo traduzco? Tendré que seguir pensando en cómo lo hago. Por otro lado, ¿por qué callar? Un amigo mío escribió su autobiografía hace años y a pesar de que una editorial se interesó por publicarla, al final él se echó atrás para no ofender a ciertas personas, y resulta que el libro lleva ya diez años en un cajón.
Un profesor de literatura me dijo una vez que si te dedicas a escribir, sea lo que sea, tienes que estar preparado para que tus amigos y familiares se enfaden, a veces porque los metes en un libro, otras veces porque no los metes... Es curioso también que haya gente que sin estar en el libro, sí se ven identificados, o ven a otros que en realidad tampoco están. De esto se habló muchísimo, sobre todo en las charlas sobre biografías y memoirs, que en la literatura anglosajona son tan populares como la ficción. Para mí, es quizás el aspecto más difícil (puedo contar lo que sea sobre mí pero siento reparo al implicar a otras personas) y una de las razones por las que escribir novelas me resulta mucho más fácil que narrar hechos reales.
Otro aspecto que se repitió y es con lo que más me identifico es la autenticidad y el contar la verdad. Ser auténtico significa tener una voz propia, no ser como otro o escribir como otro. Dicen los que se dedican a teorizar estas cosas —según recuerdo de algunas clases de la universidad— que en sus inicios todo escritor tiende a imitar a otros hasta que encuentra su propia voz, su propio estilo. Excepto los malos escritores, está claro, o los que se dedican a copiar y no meramente al plagio involuntario que cometemos todos en mayor o menor medida. El mismo profesor de literatura al que me he referido antes, después de leer uno de mis escritos, hace más de veinte años, me dijo que todavía tenía que encontrar «mi voz», y me dio una lista de los libros que «hay que leer» (todavía no había salido la moda del «antes de morir»). En ese momento no entendí cómo iba a encontrar mi voz en los libros de otros, pero ahora al menos sé que ya tengo mi voz propia y es solo mía. Pero es cierto que mientras escribimos tenemos que tener cuidado con lo que leemos porque inevitablemente esas lecturas influirán en nuestra escritura. Quizás por eso hay escritores que cuando escriben, no leen. Yo eso ni lo hago ni lo entiendo.
Contar la verdad tiene que ver con el rigor. No todos los escritores son rigurosos, y eso es opción de cada uno. Yo me exijo a mí misma ser rigurosa con la verdad. Eso significa que si escojo lugares y personajes que existen o han existido de verdad, no puedo mentir sobre ellos. Por ejemplo, para escribir el relato Las voces del futuro me documenté antes sobre Freud y Hitler en la época en que ambos vivieron en Viena. Leí sobre la rutina diaria del doctor y me aseguré de que el joven Adolf hubiera caminado alguna vez por las calles de la ciudad acompañado de otro hombre, de manera que lo que yo conté podía haber ocurrido de verdad. Incluso busqué fotos del doctor y comprobé que en esos días su pelo y barba no tenían todavía el aspecto tan blanco con el que su imagen ha pasado a la posteridad. Para mí es un dato importante porque soy así de obsesiva y pienso que para que un relato sea verídico, aunque el lector sepa que en el fondo mientes, en lo que todo el mundo sabe, hay que decir la verdad. El personaje de Aloisia, la prima de Hitler, y su triste final, también son verdaderos, pero como apenas se conserva información sobre ella, me pude permitir dar rienda suelta a la imaginación para crear la historia que me interesaba contar.
Todos los escritores a los que escuché hablar afirmaron que ellos también apostaban por el rigor, sobre todo si se trata de novela histórica. Solo uno admitió que él escribía novela fantástica precisamente para tener la libertad de inventárselo todo. Sin embargo, por muy riguroso que se sea, es fácil equivocarse. Hay novelas que han tenido un éxito extraordinario y están plagadas de errores históricos y anacronismos. Parece ser que la mayoría de lectores no los ven o no les dan importancia. Yo escucho a la minoría siempre, porque de la mayoría desconfío, y no soy la única exigente que ve estas cosas. A mí, si son muchos, esos fallos me molestan y ya no leo nada más de ese autor. También me molestan los fallos psicológicos. Por ejemplo, a mí no me cuela que una mujer sea una psicópata asesina porque sus padres la hicieron protagonista de su serie de libros infantiles; hace falta algo más, los asesinos no se hacen así.
Hay otro aspecto sobre el rigor y la verdad que sí parece irritar a más lectores: el del habla de los personajes. En los últimos años lo he visto mucho: autores británicos que para ganarse el mercado americano sitúan sus novelas en Estados Unidos y se supone que sus protagonistas son de Seattle (por poner un ejemplo que no se note mucho) pero usan palabras y expresiones que los estadounidenses, tan concentrados en contemplarse el ombligo, no han oído jamás y ni siquiera entienden. Es un error muy común que, a pesar de la globalización y creciente interferencia entre los dialectos de una lengua, no deja de crispar los nervios de los lectores.
En resumidas cuentas, para que los lectores se tomen en serio a un autor (o, para no generalizar: para que yo, como lectora, me tome en serio a un autor) no le permito que me mienta sobre algo cotidiano, habitual en mi vida diaria; en cambio, si me habla de una invasión extraterrestre y lo hace bien, aun sabiendo que es mentira, me lo creo. Por eso escribir sobre algo totalmente inventado es lo más fácil que se puede hacer. Para empezar, te ahorras el enorme trabajo de documentación. Y luego ya solo tienes que inventar. Imaginación la tiene cualquiera, así que el no tenerla no me parece excusa para no ponerse a escribir. Entonces, ¿por qué casi todos (o todos) los escritores sitúan sus obras en escenarios reales? ¿Por qué tiene menos acogida la novela fantástica (desprovista totalmente de realidad)? Pues porque la realidad es más interesante y a los lectores les encanta leer sobre lo que ya conocen. Les gusta verse en la historia, empatizar con los personajes por haber vivido algo parecido. Además, las mentiras entrelazadas con la verdad son más creíbles.
Termino esta reflexión, que ya se me alarga más de lo que había planeado, con la noticia de que ya he decidido qué voy a escribir a continuación y será una novela histórica. De hecho, es una bellísima historia de amor que todavía no ha contado nadie en forma de novela (me cuesta tanto de creer) y a la que llevo dándole vueltas desde hace un año y medio. Ocurrió de verdad pero se tienen muy pocos datos sobre ella, lo que me da la libertad de novelarla, pero tengo que documentarme sobre el marco histórico, y ya lo estoy haciendo. La poca información que existe está solo en inglés, francés, alemán y polaco. Me ha costado dar con un libro en particular (comprarlo en Amazon me saldría por más de ochenta dólares) pero al final lo he encontrado en Open Library, todo un descubrimiento de biblioteca, donde se pueden tomar prestados millones de libros electrónicos. No doy más pistas aunque a algunos ya os he hablado de ella. No sé cuánto voy a tardar; no tengo prisa y sí muchos otros proyectos. Imagino que en algún momento tendré que volver a viajar a Polonia...