En este artículo me apetece
escribir un poco sobre libros, aunque no creo que vaya a expresar nada nuevo,
nada que todo el mundo no sepa ya. Aun así, voy a hacerlo porque es uno de esos
asuntos parecidos a lo del carpe diem:
todo el mundo lo sabe pero como parece que cuesta tanto aplicarlo, hay que
seguir recordándolo.
Hablando de libros,
no está bien decir que un libro es «bueno» o «malo». De hecho, no está bien
decir eso de nada, y creo que tarde o temprano estos dos términos se considerarán
políticamente incorrectos porque ¿quién es quién para juzgar? Para quedar como
un señor o una señora, se dice «me ha gustado» o «no me ha gustado», o «lo
recomiendo» o «no lo recomiendo». Y sobre gustos… los colores. Eso es lo que se
dice, aunque a mí me parece más acertado afirmar que sobre gustos hay libros,
pues en literatura hay menos unanimidad que en la gama cromática. Al menos yo
no conozco a nadie que diga que su color favorito es el negro, el blanco o el
gris. Tampoco jamás he oído a nadie afirmar: «Este color es el más maravilloso
del mundo. Tienes que tenerlo en tu casa. Cambiará tu vida», y que a los dos
minutos otra persona diga del mismo color: «Es el peor que he visto en mi vida.
Si no existiera, el mundo sería un lugar mejor». Si sustituimos «color»
por «libro», entonces ya sí puedo asegurar que he oído estas opiniones, y más de
una vez. Pasa a menudo si una se dedica a vender libros.
Cuando empecé a
trabajar de librera, lo primero y más valioso que aprendí fue que para tener
éxito vendiendo libros, además de conocer a los autores y sus obras, hay que
conocer a los lectores. La gran mayoría ya sabe lo que busca porque lee a menudo. Pero aún muchas veces me viene alguien en busca
de una buena recomendación. En esas ocasiones, lo último que hago es recomendar
un libro que acabe de leer yo o me haya gustado a mí. Antes debo averiguar de qué
tipo de lector se trata y qué género literario suele leer. Entonces le hablo de
lo que es más popular, lo que han opinado otros lectores, lo que más se vende,
etc. Sobre todo, escucho siempre las opiniones y no dejo nunca de sorprenderme
de lo dispares que llegan a ser aun tratándose del mismo libro. Aunque en
realidad eso no debería sorprender. Leer es un ejercicio tan bueno para la
mente precisamente porque exige mucho: el lector pone tanto de su parte que el
hecho de que un libro le guste o no depende directamente de sus propias circunstancias.
El caso más
impactante me ocurrió hace unos tres años y tiene como protagonista a la autora
Elizabeth Gilbert, cuyo libro autobiográfico Eat, Pray, Love (Come, reza,
ama) ha vendido más de diez millones de ejemplares en todo el mundo. Cuatro
años más tarde publicó la continuación: Committed:
a Skeptic Makes Peace with Marriage. En español la traducción del título es
muy desafortunada: Comprometida. Una historia de amor. Si no conociera a la autora, yo misma pensaría que se trata de una novela rosa.
¿Qué varón va a leer ese libro? ¿Alguno lo ha hecho? Quizás si se
hubiera traducido de otra manera… por ejemplo: Compromiso: una escéptica hace las paces con el matrimonio. En
cualquier caso, no importa: es un libro dirigido sobre todo a las mujeres, para
que sepan dónde se meten o, como mínimo, que sean conscientes de que el
matrimonio beneficia más a los hombres que a nosotras y que siempre ha sido así.
Bueno, tampoco importa: yo lo he sabido siempre, he sido siempre escéptica, y
aun así sucumbí (y más de una vez…).
Yo había leído los
dos. El primero porque hay ciertos libros que tengo que leer para averiguar a
qué viene tanto alboroto (esta es una regla autoimpuesta que rompo a mi antojo
y sobre todo si el libro no está bien escrito, como en el caso de las famosas
sombras, por culpa de las cuales, además, me pasé dos años corrigiendo a innumerables personas que pronunciaban e
incluso escribían mal mi apellido). Y el segundo porque una amiga de cuyo
criterio me fío me habló muy bien de él. Y me gustó infinitamente más el
segundo que el primero. Aparte de que es más serio, mejor documentado y menos
melodramático, parece que la autora haya dicho: bueno, ahora que ya he vendido
millones y la Roberts va a encarnarme en la gran pantalla, por fin puedo
escribir sin esforzarme tanto en caer bien. Aun así (o precisamente por eso) no
vendió como el primero (en la página web oficial de la autora no se facilitan
cifras, lo que me hace pensar que se vendió poco). Yo he vendido muchos ejemplares
del primero y unos pocos del segundo. El día de hace unos tres años al que me
refiero, se acercaron a mi puesto de libros dos chicas de unos veinte y pocos
años. Una de ellas vio Committed y lo
cogió entusiasmada. Acababa de leer Eat, Pray, Love y le había gustado mucho. Ya
estaba a punto de pagármelo cuando su amiga la detuvo. «No, déjalo. Es una
mierda, una bazofia total, no tiene nada que ver con el primero», dijo, y la
otra lo soltó con la misma rapidez y aprensión que había empleado mi hijo Alex días
antes con un yogur después de que un amiguito le hiciera ver que el envase
estaba decorado con dibujos de princesas vestidas de rosa.
Me quedé de piedra.
Un poco como si yo misma hubiera sido la autora del libro, sin que esa lectora
insatisfecha lo supiera, claro. Pero esa no era la primera vez que me pasaba
algo así. En otra ocasión, una señora me había hablado con tal desprecio de
otro libro autobiográfico superventas, que me picó la curiosidad. No me dijo que
se trataba de una narración honesta, valiente, innovadora, rompedora de
esquemas y prejuicios y, sobre todo, muy bien escrita. Solo me contó que la
autora había cometido adulterio (¡a los cincuenta años!) con un hombre más
joven que ella y también casado, y que después de que su marido la PERDONARA
(bendito varón, se merece un monumento en el cielo), ella había tenido la
desfachatez de contarlo todo en un libro. Lo que más me entristece del machismo
son las mujeres machistas, pero en esa ocasión el resultado fue positivo:
leí el libro y me encantó. Me impresionó tanto que leí todos los de la misma
autora y después me puse en contacto con ella y mantuvimos un interesante
intercambio sobre el feminismo, la comunicación entre madres e hijas y el acoso sexual
al que nos hemos visto sometidas todas las mujeres en algún momento u otro (es
algo tan normalizado que algunas no se dan cuenta de que lo sufren o han
sufrido).
Los comentarios de mis
clientes no me sorprenden; después de todo, no es su negocio vender libros y,
como buenos humanos, ellos hablan bien o mal de los libros según su propia
experiencia y circunstancias, no las de la persona a la que se dirigen. Un día una señora me dijo: «Pues deberías leerlo» de un libro que a ella le había gustado mucho y yo admití no haber leído. Pensé: ¿Y qué sabrá ella lo que yo debería leer?, si no me
conoce de nada…, pero me limité a sonreír porque lo que me interesa es que la gente me compre libros, no que me los tiren a la cabeza; además, soy muy educada. Le doy importancia
a cómo se usa el lenguaje y pienso que hay que escoger bien las palabras e
incluso pensarlas antes de decirlas. Si la intención del que habla es hacer que
la otra persona lea cierto libro, la elección de las palabras «deberías leerlo»
no es la más adecuada. Si las usara yo, hace años que tendría que haber cerrado
la paradita. (Por cierto, tampoco funciona con los niños).
Lo que sí me
sorprende son los comentarios de otros escritores que se atreven a
recomendarme sus propios libros o los de otros escritores. Últimamente me está
pasando mucho. Me escriben autores para animarme a leer sus novelas, que son
buenísimas. No sé por qué lo hacen: yo también escribo y por tanto soy lectora,
pero no soy reseñista ni crítica literaria. Además, soy de esas lectoras experimentadas y exigentes que ya saben qué leer y qué recomendaciones seguir. He dado mi opinión personal
y en privado a algunos colegas, pero siempre hago hincapié en que es solo mi
opinión, adulterada con mis propias experiencias, prejuicios, lecturas previas
y circunstancias personales. Respondo a todos esos desconocidos que me envían este
tipo de solicitudes con más o menos las mismas palabras: «Gracias y suerte». Ojalá
les funcione la estrategia, aunque lo dudo: a nadie gusta el bombardeo y menos
por parte de gente con la que no ha tenido ningún trato antes. Imagino que no
soy la única que recibe estas peticiones, pero si el autor de estas palabras: «podrás
escudriñar los entresijos que se cuecen sobre esta apasionante novela, la cual
espero que leas pronto y me comentes tus impresiones al respecto» ha enviado el
mismo mensaje a tres mil personas, dudo que ni siquiera tres vayan corriendo a comprar y leer la novela
(solo disponible en tapa blanda por €22). Para el propósito de este artículo, he
investigado un poco sobre la novela en cuestión y he descubierto que está
publicada por una de esas editoriales de coedición que cobran al autor por
editar su obra, y de manera bastante chapucera. Y me da pena porque me
atrevo a vaticinar que no va a vender nada. Quizás la novela sea «apasionante»,
pero ni la cubierta ni la sinopsis ni la manera de promocionarla lo son. En la página web de la editorial han colgado el enlace de una entrevista en televisión al autor, pero cuando he pinchado en él me he encontrado con este mensaje: «Maldición! No hemos encontrado esta página. La página ha sido movida o eliminada. Escriba la dirección correctamente». El autor de la novela no se ha molestado siquiera en averiguar que yo vivo en Australia y que
obtener su novela me costaría unos cincuenta dólares. ¿Quién en su sano juicio
iba a gastarse ese dinero por leer la obra de un autor novel y sin ninguna
experiencia en el mundo editorial, cuando se pueden leer miles de novelas más
atractivas y de forma gratuita o por menos de un euro?
Antes estaba
convencida de que los escritores tenían que ser, por fuerza, seres muy
empáticos (para ser capaces de ponerse en la piel de sus personajes). Ahora me
doy cuenta de que, como ávida lectora, tenía a los escritores muy idealizados. He
descubierto con sorpresa que no, que la mayoría son seres humanos como
todos los demás, y algunos incapaces de comprender, por ejemplo, una crítica
negativa de este tipo: «El libro es aburrido». El lector también es egocéntrico,
está claro. El libro no es aburrido, lo que quiere decir es que a él
personalmente le ha aburrido y por tanto piensa que al resto del mundo también
y se atreve a expresarlo como si fuera una verdad absoluta. No todos los lectores escriben bien, no es su trabajo. Pero a mí lo que me sorprende es la reacción
del escritor: «Que me diga que hay demasiada fantasía, o demasiada acción, o
demasiados personajes… lo que sea, ¿pero que es aburrido? Mis libros tienen un ritmo trepidante, ¡no son aburridos!».
Ejem, como lectora voy a dar mi opinión: hay libros con un ritmo trepidante,
acción, y un montón de cosas más que aun así aburren y mucho. Todo depende, insisto, de las circunstancias del
lector. En mi caso particular, si un libro está mal escrito (según mi propio
criterio sobre qué significa estar bien o mal escrito) o trata sobre temas que
no me interesan, es aburrido. No todos los lectores leen siempre para evadirse,
para pasar un buen rato y olvidar lo que han leído a los dos días de haber
terminado el libro. A veces, uno no se conforma solo con una lectura de verano
y exige algo más de un libro. Por ejemplo, que le dé que pensar.
Se ve que hay
escritores que de verdad piensan que su obra es de lo mejor que hay (aunque yo
creo que en realidad no lo piensan, solo lo hacen ver por eso de hacerse valer).
A mí hay libros que me han marcado, pero no calificaría a ninguno
como lectura imprescindible, a no ser que forme parte de un conjunto. Por eso
tampoco cometo el error de pensar que mis obras puedan ser imprescindibles para
nadie. Y por eso doy las gracias a los que sí se interesan por leer algo mío. Nunca
he aspirado a escribir nada que guste al vasto mundo ni he asegurado a todos
que «os va a encantar». Así que no me duele tanto como a otros recibir críticas
como esta: «No sé en qué momento la
autora pensó que su historia nos podía interesar. A mí desde luego no me ha
interesado en nada. ME he pasado todo el libro esperando que pasara algo» o
esta otra, mi preferida: «No me ha gustado NADA. Es un relato aburrido de
comentarios de gentes sin interés ni imaginación similar a las tardes de
Telecinco de quien parece miembro la autora. No es posible dar 0(cero)
estrellas?». A estos dos lectores no les ha gustado mi relato. Vaya, mala
suerte. Pero lo han leído porque han querido. Yo no solo no se lo he pedido
sino que pongo mis libros a un precio más alto del de la mayoría de obras de autores
independientes precisamente para que los lectores no se precipiten al comprar,
que lean antes el fragmento gratuito y que se aseguren de que van a leer algo
que les interesa (aun así, está claro que a veces no funciona).
Soy
vendedora de libros y, modestia aparte, sé un poco de cómo y por qué un libro
vende o no vende. Pero para terminar ya, voy a hacer una pequeña confesión. A
veces vendo con más pasión unos libros que otros, incluso cuando a mí
personalmente no me han gustado o no he leído: pongo más empeño en las obras de
autores españoles o latinoamericanos, en parte porque son una minoría entre la
apabullante literatura anglosajona. He vendido muchísimos ejemplares de La sombra del viento en inglés, y
también varios libros de Javier Sierra, Isabel Allende y Laura Esquivel. Los de
Gabriel García Márquez no me duran ni cinco minutos. Conocí al autor del libro
de la foto el año pasado en Madrid y este es el segundo de sus libros que he
encontrado traducido al inglés; uno aquí, muy cerca de mi casa, y el otro en
Bali.