Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

martes, 16 de septiembre de 2014

Cómo se vende un libro

En este artículo me apetece escribir un poco sobre libros, aunque no creo que vaya a expresar nada nuevo, nada que todo el mundo no sepa ya. Aun así, voy a hacerlo porque es uno de esos asuntos parecidos a lo del carpe diem: todo el mundo lo sabe pero como parece que cuesta tanto aplicarlo, hay que seguir recordándolo.

Hablando de libros, no está bien decir que un libro es «bueno» o «malo». De hecho, no está bien decir eso de nada, y creo que tarde o temprano estos dos términos se considerarán políticamente incorrectos porque ¿quién es quién para juzgar? Para quedar como un señor o una señora, se dice «me ha gustado» o «no me ha gustado», o «lo recomiendo» o «no lo recomiendo». Y sobre gustos… los colores. Eso es lo que se dice, aunque a mí me parece más acertado afirmar que sobre gustos hay libros, pues en literatura hay menos unanimidad que en la gama cromática. Al menos yo no conozco a nadie que diga que su color favorito es el negro, el blanco o el gris. Tampoco jamás he oído a nadie afirmar: «Este color es el más maravilloso del mundo. Tienes que tenerlo en tu casa. Cambiará tu vida», y que a los dos minutos otra persona diga del mismo color: «Es el peor que he visto en mi vida. Si no existiera, el mundo sería un lugar mejor». Si sustituimos «color» por «libro», entonces ya sí puedo asegurar que he oído estas opiniones, y más de una vez. Pasa a menudo si una se dedica a vender libros.

Cuando empecé a trabajar de librera, lo primero y más valioso que aprendí fue que para tener éxito vendiendo libros, además de conocer a los autores y sus obras, hay que conocer a los lectores. La gran mayoría ya sabe lo que busca porque lee a menudo. Pero aún muchas veces me viene alguien en busca de una buena recomendación. En esas ocasiones, lo último que hago es recomendar un libro que acabe de leer yo o me haya gustado a mí. Antes debo averiguar de qué tipo de lector se trata y qué género literario suele leer. Entonces le hablo de lo que es más popular, lo que han opinado otros lectores, lo que más se vende, etc. Sobre todo, escucho siempre las opiniones y no dejo nunca de sorprenderme de lo dispares que llegan a ser aun tratándose del mismo libro. Aunque en realidad eso no debería sorprender. Leer es un ejercicio tan bueno para la mente precisamente porque exige mucho: el lector pone tanto de su parte que el hecho de que un libro le guste o no depende directamente de sus propias circunstancias.

El caso más impactante me ocurrió hace unos tres años y tiene como protagonista a la autora Elizabeth Gilbert, cuyo libro autobiográfico Eat, Pray, Love (Come, reza, ama) ha vendido más de diez millones de ejemplares en todo el mundo. Cuatro años más tarde publicó la continuación: Committed: a Skeptic Makes Peace with Marriage. En español la traducción del título es muy desafortunada: Comprometida. Una historia de amor. Si no conociera a la autora, yo misma pensaría que se trata de una novela rosa. ¿Qué varón va a leer ese libro? ¿Alguno lo ha hecho? Quizás si se hubiera traducido de otra manera… por ejemplo: Compromiso: una escéptica hace las paces con el matrimonio. En cualquier caso, no importa: es un libro dirigido sobre todo a las mujeres, para que sepan dónde se meten o, como mínimo, que sean conscientes de que el matrimonio beneficia más a los hombres que a nosotras y que siempre ha sido así. Bueno, tampoco importa: yo lo he sabido siempre, he sido siempre escéptica, y aun así sucumbí (y más de una vez…).

Yo había leído los dos. El primero porque hay ciertos libros que tengo que leer para averiguar a qué viene tanto alboroto (esta es una regla autoimpuesta que rompo a mi antojo y sobre todo si el libro no está bien escrito, como en el caso de las famosas sombras, por culpa de las cuales, además, me pasé dos años corrigiendo a innumerables personas que pronunciaban e incluso escribían mal mi apellido). Y el segundo porque una amiga de cuyo criterio me fío me habló muy bien de él. Y me gustó infinitamente más el segundo que el primero. Aparte de que es más serio, mejor documentado y menos melodramático, parece que la autora haya dicho: bueno, ahora que ya he vendido millones y la Roberts va a encarnarme en la gran pantalla, por fin puedo escribir sin esforzarme tanto en caer bien. Aun así (o precisamente por eso) no vendió como el primero (en la página web oficial de la autora no se facilitan cifras, lo que me hace pensar que se vendió poco). Yo he vendido muchos ejemplares del primero y unos pocos del segundo. El día de hace unos tres años al que me refiero, se acercaron a mi puesto de libros dos chicas de unos veinte y pocos años. Una de ellas vio Committed y lo cogió entusiasmada. Acababa de leer Eat, Pray, Love y le había gustado mucho. Ya estaba a punto de pagármelo cuando su amiga la detuvo. «No, déjalo. Es una mierda, una bazofia total, no tiene nada que ver con el primero», dijo, y la otra lo soltó con la misma rapidez y aprensión que había empleado mi hijo Alex días antes con un yogur después de que un amiguito le hiciera ver que el envase estaba decorado con dibujos de princesas vestidas de rosa.

Me quedé de piedra. Un poco como si yo misma hubiera sido la autora del libro, sin que esa lectora insatisfecha lo supiera, claro. Pero esa no era la primera vez que me pasaba algo así. En otra ocasión, una señora me había hablado con tal desprecio de otro libro autobiográfico superventas, que me picó la curiosidad. No me dijo que se trataba de una narración honesta, valiente, innovadora, rompedora de esquemas y prejuicios y, sobre todo, muy bien escrita. Solo me contó que la autora había cometido adulterio (¡a los cincuenta años!) con un hombre más joven que ella y también casado, y que después de que su marido la PERDONARA (bendito varón, se merece un monumento en el cielo), ella había tenido la desfachatez de contarlo todo en un libro. Lo que más me entristece del machismo son las mujeres machistas, pero en esa ocasión el resultado fue positivo: leí el libro y me encantó. Me impresionó tanto que leí todos los de la misma autora y después me puse en contacto con ella y mantuvimos un interesante intercambio sobre el feminismo, la comunicación entre madres e hijas y el acoso sexual al que nos hemos visto sometidas todas las mujeres en algún momento u otro (es algo tan normalizado que algunas no se dan cuenta de que lo sufren o han sufrido).

Los comentarios de mis clientes no me sorprenden; después de todo, no es su negocio vender libros y, como buenos humanos, ellos hablan bien o mal de los libros según su propia experiencia y circunstancias, no las de la persona a la que se dirigen. Un día una señora me dijo: «Pues deberías leerlo» de un libro que a ella le había gustado mucho y yo admití no haber leído. Pensé: ¿Y qué sabrá ella lo que yo debería leer?, si no me conoce de nada…, pero me limité a sonreír porque lo que me interesa es que la gente me compre libros, no que me los tiren a la cabeza; además, soy muy educada. Le doy importancia a cómo se usa el lenguaje y pienso que hay que escoger bien las palabras e incluso pensarlas antes de decirlas. Si la intención del que habla es hacer que la otra persona lea cierto libro, la elección de las palabras «deberías leerlo» no es la más adecuada. Si las usara yo, hace años que tendría que haber cerrado la paradita. (Por cierto, tampoco funciona con los niños).

Lo que sí me sorprende son los comentarios de otros escritores que se atreven a recomendarme sus propios libros o los de otros escritores. Últimamente me está pasando mucho. Me escriben autores para animarme a leer sus novelas, que son buenísimas. No sé por qué lo hacen: yo también escribo y por tanto soy lectora, pero no soy reseñista ni crítica literaria. Además, soy de esas lectoras experimentadas y exigentes que ya saben qué leer y qué recomendaciones seguir. He dado mi opinión personal y en privado a algunos colegas, pero siempre hago hincapié en que es solo mi opinión, adulterada con mis propias experiencias, prejuicios, lecturas previas y circunstancias personales. Respondo a todos esos desconocidos que me envían este tipo de solicitudes con más o menos las mismas palabras: «Gracias y suerte». Ojalá les funcione la estrategia, aunque lo dudo: a nadie gusta el bombardeo y menos por parte de gente con la que no ha tenido ningún trato antes. Imagino que no soy la única que recibe estas peticiones, pero si el autor de estas palabras: «podrás escudriñar los entresijos que se cuecen sobre esta apasionante novela, la cual espero que leas pronto y me comentes tus impresiones al respecto» ha enviado el mismo mensaje a tres mil personas, dudo que ni siquiera tres vayan corriendo a comprar y leer la novela (solo disponible en tapa blanda por €22). Para el propósito de este artículo, he investigado un poco sobre la novela en cuestión y he descubierto que está publicada por una de esas editoriales de coedición que cobran al autor por editar su obra, y de manera bastante chapucera. Y me da pena porque me atrevo a vaticinar que no va a vender nada. Quizás la novela sea «apasionante», pero ni la cubierta ni la sinopsis ni la manera de promocionarla lo son. En la página web de la editorial han colgado el enlace de una entrevista en televisión al autor, pero cuando he pinchado en él me he encontrado con este mensaje: «Maldición! No hemos encontrado esta página. La página ha sido movida o eliminada. Escriba la dirección correctamente». El autor de la novela no se ha molestado siquiera en averiguar que yo vivo en Australia y que obtener su novela me costaría unos cincuenta dólares. ¿Quién en su sano juicio iba a gastarse ese dinero por leer la obra de un autor novel y sin ninguna experiencia en el mundo editorial, cuando se pueden leer miles de novelas más atractivas y de forma gratuita o por menos de un euro?

Antes estaba convencida de que los escritores tenían que ser, por fuerza, seres muy empáticos (para ser capaces de ponerse en la piel de sus personajes). Ahora me doy cuenta de que, como ávida lectora, tenía a los escritores muy idealizados. He descubierto con sorpresa que no, que la mayoría son seres humanos como todos los demás, y algunos incapaces de comprender, por ejemplo, una crítica negativa de este tipo: «El libro es aburrido». El lector también es egocéntrico, está claro. El libro no es aburrido, lo que quiere decir es que a él personalmente le ha aburrido y por tanto piensa que al resto del mundo también y se atreve a expresarlo como si fuera una verdad absoluta. No todos los lectores escriben bien, no es su trabajo. Pero a mí lo que me sorprende es la reacción del escritor: «Que me diga que hay demasiada fantasía, o demasiada acción, o demasiados personajes… lo que sea, ¿pero que es aburrido? Mis libros tienen un ritmo trepidante, ¡no son aburridos!». Ejem, como lectora voy a dar mi opinión: hay libros con un ritmo trepidante, acción, y un montón de cosas más que aun así aburren y mucho. Todo depende, insisto, de las circunstancias del lector. En mi caso particular, si un libro está mal escrito (según mi propio criterio sobre qué significa estar bien o mal escrito) o trata sobre temas que no me interesan, es aburrido. No todos los lectores leen siempre para evadirse, para pasar un buen rato y olvidar lo que han leído a los dos días de haber terminado el libro. A veces, uno no se conforma solo con una lectura de verano y exige algo más de un libro. Por ejemplo, que le dé que pensar.

Se ve que hay escritores que de verdad piensan que su obra es de lo mejor que hay (aunque yo creo que en realidad no lo piensan, solo lo hacen ver por eso de hacerse valer). A mí hay libros que me han marcado, pero no calificaría a ninguno como lectura imprescindible, a no ser que forme parte de un conjunto. Por eso tampoco cometo el error de pensar que mis obras puedan ser imprescindibles para nadie. Y por eso doy las gracias a los que sí se interesan por leer algo mío. Nunca he aspirado a escribir nada que guste al vasto mundo ni he asegurado a todos que «os va a encantar». Así que no me duele tanto como a otros recibir críticas como esta: «No sé en qué momento la autora pensó que su historia nos podía interesar. A mí desde luego no me ha interesado en nada. ME he pasado todo el libro esperando que pasara algo» o esta otra, mi preferida: «No me ha gustado NADA. Es un relato aburrido de comentarios de gentes sin interés ni imaginación similar a las tardes de Telecinco de quien parece miembro la autora. No es posible dar 0(cero) estrellas?». A estos dos lectores no les ha gustado mi relato. Vaya, mala suerte. Pero lo han leído porque han querido. Yo no solo no se lo he pedido sino que pongo mis libros a un precio más alto del de la mayoría de obras de autores independientes precisamente para que los lectores no se precipiten al comprar, que lean antes el fragmento gratuito y que se aseguren de que van a leer algo que les interesa (aun así, está claro que a veces no funciona).


Soy vendedora de libros y, modestia aparte, sé un poco de cómo y por qué un libro vende o no vende. Pero para terminar ya, voy a hacer una pequeña confesión. A veces vendo con más pasión unos libros que otros, incluso cuando a mí personalmente no me han gustado o no he leído: pongo más empeño en las obras de autores españoles o latinoamericanos, en parte porque son una minoría entre la apabullante literatura anglosajona. He vendido muchísimos ejemplares de La sombra del viento en inglés, y también varios libros de Javier Sierra, Isabel Allende y Laura Esquivel. Los de Gabriel García Márquez no me duran ni cinco minutos. Conocí al autor del libro de la foto el año pasado en Madrid y este es el segundo de sus libros que he encontrado traducido al inglés; uno aquí, muy cerca de mi casa, y el otro en Bali.