Hoy, por fin, me siento a redactar un artículo que hace más de un año
decidí escribir algún día para «ayudar» a mis colegas escritores. Si he tardado
tanto es porque no soy amiga de dar consejos ni de recibirlos —si necesito
ayuda voy a buscarla y ya sé de quién tomar ejemplo y de quién no—, pero ojalá
nadie se tome esto como una lección, sino como lo que es: mi opinión personal,
que comparten otros lectores y escritores.
Empezaré con mi propia historia. A finales de 2011 mi agente literaria
me remitió un listado de todas las editoriales en las que había tratado de
colocar Amanecer en el Sudeste Asiático
y una nota final: «Lo seguiremos intentando, pero está muy mal la cosa». Llevaba
más de seis meses insistiendo. Entonces me compré un Kindle, y poco después le
escribía yo para darle las gracias por todo y comunicarle que iba a probar a
publicar por mi cuenta.
Mi Amanecer llevaba ya diez
años escrito, lo habían leído al menos una docena de familiares y amigos, yo lo
había corregido y repasado unas diez veces a lo largo de los años, y había
pasado por una corrección ortotipográfica «profesional». Aun así, antes de
publicarlo en Amazon, lo repasé una vez más. Además, leí un par de libros sobre
autoedición de escritores independientes anglosajones que ya llevaban un par de
años en el negocio, seguí blogs, e hice todo lo que estuvo en mi mano por
presentar un producto lo más profesional posible. Desde el momento en que
decidí autopublicarlo hasta que pinché en el botón de publicar, pasaron tres
meses. Más tarde cambiaría la portada y muchas cosas más, pero de entrada, lo
de verdad importante para mí era que el documento no mostrara errores.
Mientras me ocupaba en todo eso, decidí comprar un par de las novelas en
español que copaban las listas de las más vendidas. La primera que leí me
sorprendió porque… ¡estaba llena de erratas y faltas de ortografía! La terminé
aunque me costó, no por la trama o el estilo, sino porque tantos gazapos me dañaban
la vista. Resolví escribir a la autora para hacerle saber que, en mi modesta
opinión, su novela necesitaba una corrección. Su respuesta me dejó boquiabierta:
la novela tenía errores porque antes de publicarla en Amazon no la había leído
absolutamente nadie más que ella.
Después leí otras novelas autopublicadas (no muchas). Todas tenían
fallos: de maquetación, de ortografía, de gramática, de estilo… Algunas me
gustaron mucho y me dio pena que no fueran mejores por culpa de algo tan
fácil de corregir. Así que hice lo que he hecho toda la vida: escribir a la
editorial para señalarle los errores que encuentro en un libro que me ha
encantado, para que los corrijan en la siguiente edición, si quieren. Pero
detrás de esas novelas no había editorial; mucho mejor: podía escribir directamente
al autor. Las editoriales no me contestaron jamás, ni para darme las gracias,
excepto una vez en que me puse firme y dije que hasta ahí habíamos llegado. Fue
cuando me encontré con que en mi ejemplar de Riña de gatos. Madrid 1936,
premio Planeta nada menos y dedicado expresamente para mí por el propio autor,
faltaban veinte páginas. Ante la dificultad de devolver el libro físico, la
editorial me mandó las páginas desaparecidas en formato electrónico, y las tuve
que leer en la pantalla del ordenador… ¡no me diréis que no es para quejarse!
Luego imprimí esas páginas y las puse dentro del libro en papel, lo cual
quedaba fatal en la estantería… Al final me deshice del libro y ya no lo tengo;
no importa porque ya lo leí, pero lo habría guardado por razones sentimentales.
A lo largo de estos dos años he escrito a algunos autores
independientes para decirles que su novela me ha gustado pero he encontrado algunos
errores que les puedo indicar, si quieren. La mayoría ha reaccionado como lo
habría hecho yo: con mucho agradecimiento y humildad. En algunos libros, sin
embargo, he encontrado tantos fallos que no he podido seguir con la lectura.
Esto me ha pasado también con las dos últimas novelas publicadas por una
editorial española que he intentado leer. Con la última, que empecé y dejé hace
solo unos días, me he sentido estafada. Alcancé a leer solo un 15% (que hubiera
sido un 1% si tuviera más de doscientas páginas, pero es que era cortita) y al
dejarla pensé: si al menos hubiera sido pirata... Pero no, yo pagué por ella,
porque no tengo ni idea de cómo se bajan los libros pirateados ni voy a perder
mi valioso tiempo en averiguarlo. Eso sí: cada vez voy con más cautela al
comprar un libro publicado por una editorial española, y antes compruebo si
está en la biblioteca. Ya sabemos que la crisis también ha afectado a las
editoriales, anda que no se nota.
Por un lado me da pena que haya bajado tanto el nivel de
profesionalidad de los libros publicados por editoriales tradicionales pero,
por otro, creo que eso nos otorga una gran ventaja a los autores-editores
independientes. Hasta hace poco la autoedición iba acompañada del estigma de la
mala calidad, pero si hace dos años la gran mayoría de autores con los que
cambié impresiones era de la opinión de que la forma no era importante y sí el
contenido, ahora no conozco a ninguno que no le dé valor a una buena
corrección.
Hace unos meses una autora independiente en busca de editorial se
lamentaba de que tiene que repasar sus novelas al menos cinco veces, además
de darlas a corregir a un profesional, y aun así después de publicadas recibe correcciones
de los lectores. Si dispusiera del apoyo de una editorial, decía, podría
despreocuparse de todo eso y dedicar más tiempo a escribir. Quizás eso fuera
verdad antes de la crisis, pero ahora ya no lo es, y creo que los escritores
independientes tenemos mucha suerte al contar con esa ayuda desinteresada de
los lectores. Yo ya no me molesto en escribir a las editoriales para
informarles de que una novela que han publicado está plagada de errores;
tampoco me tomo ese interés por un independiente que tiene demasiados como para
señalarlos todos. Pero sí lo hago por los autores que sé que, como yo, se esfuerzan
por presentar una obra de calidad y que se preocupan por escribir bien. Algunos
seguimos blogs de lingüística, como el excelente de Carmen Martínez Gimeno, Sin borrones, leemos manuales de estilo, consultamos la RAE y varios diccionarios
constantemente, además de dar nuestros escritos a lectores cero e intercambiar
correcciones. Otros prefieren gastarse el dinero en una corrección
ortotipográfica e incluso de estilo y ahorrarse todo ese trabajo. Si os lo
podéis permitir, es una excelente idea, no solo porque mejorará la calidad de
vuestros escritos, sino porque además daréis trabajo a los sufridos correctores
y editores, pobrecitos, que ellos también padecen la crisis. Aun así, antes de
presentar una obra a un corrector, el autor debería tener la certeza de que no
contiene ni un solo fallo. Los fallos estarán igualmente, aunque él no los haya
visto, pero cuantos menos haya más fácil será para el corrector detectarlos. A
menudo se habla de «una mala corrección», pero yo digo: detrás de una mala
corrección hay un mal escrito. Los escritores que publican con editorial
tradicional tampoco deberían relajarse en este aspecto.
Voy ya casi a terminar con una nota de humildad, para que nadie se
piense que me creo experta en el tema o algo parecido. Yo no soy más que una
aprendiz con muchas ganas de mejorar y escribir bien. También cometo errores y
de todo tipo, pero soy muy afortunada: ¡a mí también me corrigen! Me han
corregido familiares y amigos, escritores, editores, correctores y lectores, y
espero que sigan haciéndolo. No me molesta en absoluto: me hacen un gran favor.
Pero con cada corrección no me he limitado a efectuar los cambios en mis libros,
sino que la he estudiado y grabado en el disco duro de mi memoria para no volver
a cometer el mismo error.
Algunas meteduras de pata que continúo viendo en otros escritores son:
«sobre todo» junto (solo va así si se trata de una prenda de vestir, lo cual no
es nunca el caso), «aun así» va sin acento en la u, «echar de menos» es del
verbo «echar» que echa la hache, «incluido» va sin acento, conjugación incorrecta
del verbo impersonal «haber»… Yo además tiendo a inventarme palabras y hasta
expresiones, por culpa de la interferencia del inglés y el catalán, y fueron
tres personas las que me indicaron que futurístico
e industrialista no existen en
castellano. Bueno, ¿y los que usáis sorpresivamente
qué? Yo esa sí que no la acepto. Ah, y ¿no
puedo esperar a verte? En mis tiempos adolescentes decíamos «me muero de
ganas por verte» pero ahora hasta la pasión nos ha robado el inglés, ¿o no es
eso una traducción literal del I can’t
wait to see you? Tampoco existe letraherido,
pero ya lo he visto en varios escritos en español y no creo que tarde en
adaptarse esta palabra que en catalán es mucho más bonita. Yo, como soy
catalana, tiendo al queísmo, y a veces, peco de ultracorrección y cometo
dequeísmo. Lo mismo les pasa a los madrileños con el laísmo y el leísmo.
Además, uso expresiones catalanas que resulta que no conocen en el resto de
España ni en Latinoamérica. Ahora me aseguro de que mis lectores cero incluyan
a los de otras regiones; ellos son los que detectan mis barbarismos.
Me sorprende encontrar en autores españoles tanta contaminación del
inglés; yo tengo una buena excusa, ¿pero vosotros? Ah, sí, las malas
traducciones… Quizás de ahí venga que se use tan mal el gerundio, pero a mí lo
que más me irrita es el abuso que se hace de la voz pasiva. Si algún día llego
a leer que «el español es hablado aquí» en vez de que «se habla», os juro que
me independizo definitivamente de todo lo español.
Antes
de decidirme por un libro leo la sinopsis y, si contiene faltas o está mal
escrita, no lo compro. Uno de los fallos que más encuentro es el de la coma que
separa el sujeto del predicado. No es de extrañar que nos equivoquemos tanto,
cuando en las redes sociales no paran de circular lemas como este: «Un niño que
lee, será un adulto que piense» o «Las mujeres, que leen, son peligrosas». Son
mensajes tan bonitos que los usuarios los comparten una y otra vez y se
propagan como un virus incontrolable. Yo no lo hago, por una sencilla razón:
creo que la persona que escribe esos lemas antes debería preocuparse por
hacerlo correctamente; quizás debería leer más.