Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

domingo, 14 de julio de 2013

Viajar en solitario y presentación de HACIA TIERRA AUSTRAL

Hace tiempo que no viajo completamente sola y la verdad es que no lo echo de menos. Mis circunstancias han cambiado mucho en los últimos años. Ahora tengo hijos y viajo, casi siempre, con ellos. Viajar con niños es muy interesante, tanto por lo que veo que ellos sacan de la experiencia como por la reacción y percepción que tiene de nosotros la gente de los diferentes países y culturas con la que nos relacionamos.

Es fascinante comprobar lo influyentes que pueden ser las personas que te acompañan en un viaje y lo diferente que este resultaría si lo hicieras en solitario. Yo puedo decir que en cuanto a la compañía se refiere, he viajado de casi todas las maneras posibles: en grupo, con una amiga, en pareja, con niños y sola. Todas tienen sus ventajas y su momento y circunstancias adecuadas, y en mayor o menor medida he disfrutado siempre de cada una de las personas que me han acompañado en mis viajes. Pero la mejor de las maneras para mí es sin duda sola, y la segunda mejor, en pareja.

Solo una vez he viajado en grupo organizado. Cuando Brad y yo nos casamos ninguno de los dos teníamos trabajo fijo ni casa ni una idea clara de dónde íbamos a vivir. Con tales perspectivas, nuestros amigos y familiares nos regalaron lo que seguramente nos ayudaría más y no abultara mucho en nuestro equipaje: dinero. Pero en vez de guardarlo, decidimos que lo más sensato sería gastarlo en un viaje, y fue así como disfrutamos de una espontánea luna de miel en Egipto.

Al hacer la reserva me aseguré de poner en el apartado de observaciones cuál era el motivo de nuestro viaje. Sabía por la experiencia de haber trabajado en una compañía aérea que en la industria del turismo también triunfa el romanticismo, igual que en las películas y en literatura. Y en efecto, al facturar, la diligente empleada de la compañía aérea nos informó de nuestro upgrading a primera clase, de la que gozamos completamente solos mientras que el resto de pasajeros del avión se hacinaba en la clase turista. Al llegar a El Cairo nos separaron del resto del grupo para hospedarnos en un hotel de cinco estrellas, mientras que los otros se quedaban en el de cuatro.

Egipto nos impresionó muchísimo a los dos pero la experiencia de viajar en grupo organizado fue demasiado para nosotros, nada acostumbrados a acatar las órdenes de un guía. Aun así, yo me alegré mucho de haberlo hecho, para saber de primera mano lo que es.

La anécdota más curiosa de ese viaje ocurrió el día que fuimos a visitar las pirámides de Giza. Estábamos en pleno mes de agosto y había tantos españoles que si no fuera por el paisaje hubiéramos jurado que seguíamos en España. Yo iba con los ojos y los oídos bien abiertos, convencida de que en cualquier momento me toparía con alguien conocido.

—Estas cosas siempre pasan —le aseguré a Brad—, solo me pregunto quién de mis conocidos está también aquí en este preciso momento.

En el interior de la pirámide el calor era sofocante y apenas había aire para respirar. De repente todas esas voces que hablaban español se callaron y avanzamos lentamente en la penumbra uno detrás de otro, sudando a chorros. Ahora ya solo se distinguía una voz, con un acento que Brad reconoció.

—Me consuela saber que no soy el único australiano aquí capaz de soltar veinte tonterías por minuto —dijo en un tono de voz lo suficientemente alto para que el otro le oyera.

El aludido le contestó con la campechanía habitual de los australianos aunque no se conozcan de nada, y se pusieron a conversar por encima de las cabezas de los españoles silenciosos, abatidos por el calor. De nuevo bajo la luz de los implacables rayos del sol y después de media hora ya de cháchara, se vieron por fin las caras y dijeron eso de «yo a ti te conozco de algo». Enseguida establecieron que ambos provenían no solo de la misma ciudad de la lejanísima Australia, sino también del mismísimo barrio. Habían pasado casi quince años desde que ambos trabajaran en el mismo hipermercado para ganar su primer sueldo de adolescentes. Nunca más se habían vuelto a encontrar, pero ahora sí lo hacían, nada más y nada menos que en el interior de la pirámide de Keops. Qué casualidades tiene la vida… y yo muerta de envidia, porque en todo el viaje a Egipto continuamos inmersos en un mar de españoles y catalanes, pero nadie a quien yo conociera, ni siquiera algún famosillo. De australianos no volvimos a ver ni oír a ninguno más.

Durante el viaje a Egipto aprendí que, como en Marruecos, allí viajar con un hombre no era garantía de protección contra los otros. En ambos países, en cuanto mi compañero se daba la vuelta, el acercamiento sexual por parte de otros era tan intenso y descarado que se me hacía insoportable. A Marruecos había viajado años antes con César, con el que me une ya casi treinta años de una fuerte amistad, pero nada más. En aquella ocasión fingimos ser pareja, y al principio César se divertía negociando la venta de su esposa a cambio de una buena suma de camellos, pero pasados unos días la insistencia de algunos marroquíes se nos hizo tan cansina que ya no hacía gracia.

En gran parte por eso, la primera vez que decidí viajar durante meses y sola, escogí Asia y preferentemente países con religiones budistas. Por un lado, me atraían los países en los que una mujer sola pueda sentirse segura, porque llamar la atención del sexo opuesto con fines románticos o sexuales era lo último que deseaba. Y por otro, sabía que viajando sola tendría más posibilidades de conocer a gente nueva y sacar el máximo partido de mi viaje.

En efecto, viajar en solitario significa hacerlo con más intensidad. Todo el tiempo que no inviertes en ponerte de acuerdo con tu pareja, lo empleas en hacer algo que quieres tú y nadie más que tú. Y aun así, nunca estás sola, porque el mundo que te rodea está más dispuesto a aceptarte cuando no te acompaña nadie. Es algo muy curioso que le pasa a todo el mundo, hombres y mujeres, aunque somos minoría los que lo hemos experimentado porque somos pocos los que nos atrevemos a dar el paso. Pero es así: si estás emparejado el mundo no se preocupa por ti, ya tienes a alguien que te quiere. En cambio, si no tienes compañía el mundo quiere arroparte, asegurarse de que estás bien, y eso, cuando viajas, se traduce en la posibilidad de conocer a mucha gente. Y si conoces a gente nueva cada día tienes más probabilidades de encontrar a alguien muy diferente, interesante, admirable; de quien puedas aprender, que te marque, que te inspire o que te enamore. Si te fascina la especie humana, como a mí, viajar en solitario es lo mejor para conocerla en el marco de sus diferentes culturas.

Aunque entiendo a las personas que tienen miedo a viajar solas, no puedo evitar sentir algo de compasión por ellas, porque de verdad, no saben lo que se pierden. Conozco a algunas que han sentido ese temor, pero lo han querido superar y se han lanzado a hacer un viajecito en solitario. El inconveniente de eso es que es una experiencia tan enriquecedora que puede ser adictiva. Eso fue lo que me pasó a mí después de mi Amanecer en el Sudeste Asiático, que a las pocas semanas de regresar, ya estaba pensando en volver a marcharme.

Los que me conocen y los que hayan leído mi primer libro de viajes sabrán que a Brad lo conocí dos semanas antes de volver, en una pequeña isla de Indonesia a la que fui a descansar, pensando que estaría desierta… Quién me iba a decir a mí que durante los meses siguientes, mientras escribía y revivía mi aventura, y volvía a pensar en África como próximo destino, encontraría también un hueco para el amor, que al final haría dirigir mis pasos una vez más hacia el este, pero esta vez mucho más allá, hacia tierra austral.

Tengo que confesar que al enamorarme tuve miedo de perder mi libertad y posibilidades de viajar extensamente y en solitario. Estaba preparada para amar, pero también quería seguir viajando sola, algo que en principio parecía incompatible. Pero enseguida encontré la solución: acepté ir a vivir a Australia con Brad durante seis meses iniciales, pero no iría en avión, sino por tierra y cuando esta se terminara, por mar.

Y así fue como una tarde de agosto me dirigí a la estación de Sants de Barcelona y compré un primer billete de tren a Cerbère y cuatro meses más tarde llegué a la estación de Perth. Resultado de ese viaje es mi nuevo libro Hacia tierra austral. Un viaje en tren de Barcelona a Perth, que saldrá publicado en Amazon y La Casa del libro muy pronto. Aquí os dejo la portada y la sinopsis. El final ya lo he contado: me casé con él y nos fuimos de luna de miel a Egipto. Si aun así hay alguien que lo quiera leer, se puede inscribir aquí para recibir el aviso de su publicación. Durante la primera semana el ebook tendrá un precio especial de €0,98. Aprovecho para comunicar que Amanecer en el Sudeste Asiático está de oferta durante esta semana también por €0,98.


Tras un emocionante viaje de siete meses por Asia, Carmen Grau regresó a su Barcelona natal, donde se entregó a la tarea de plasmar aquella aventura en el que sería su primer libro de viajes Amanecer en el Sudeste Asiático.

Un año más tarde volvió a echarse la mochila a la espalda. Esta vez el objetivo era Australia, donde la esperaba Brad, el hombre del que se había enamorado y a quien había conocido en Asu, una isla de Sumatra, tan minúscula que ni siquiera aparece en los mapas.

En una odisea de más de 20.000 kilómetros, Carmen atravesó Europa —deteniéndose en Francia, Alemania, Austria, Eslovaquia y Polonia—, Rusia, China, Laos, Tailandia y Australia hasta llegar a Perth, usando el tren como medio de transporte predilecto, en especial el legendario transiberiano y el Indian-Pacific, que cruza Australia de Sídney a Perth.

Durante su periplo, Carmen se interesó por la gente, la cultura e historia y la gastronomía de los países por los que pasaba. Todo apuntaba hacia un largo viaje de seis meses en solitario, hasta que llegó el fatídico 11 de septiembre. Los atentados terroristas que conmocionaron al mundo la sorprendieron en Siberia. A pocos días de reunirse en Pekín, Carmen y Brad se replantearon su travesía, que tomó un rumbo inesperado hacia su nueva vida en tierra austral.