Carmen Grau, lectora, viajera, escritora y mamá independiente.

jueves, 13 de junio de 2013

Los médicos no lo saben todo

En Australia, si eres una mujer sana que jamás ha tenido ninguna complicación ginecológica, debes hacerte un pap cada dos años. Recuerdo que en España era anual. Vete a saber por qué esta diferencia. No será por una cuestión de salud, eso seguro.
Yo tuve a mis dos hijos muy seguidos. Durante sus primeros años las circunstancias de la vida me hicieron criarlos completamente sola, sin ningún tipo de ayuda. Cuando quise darme cuenta, habían pasado cuatro años sin que me hiciera la citología. Además, se había muerto Michael Jackson y habían pasado un montón de cosas más de las que no me enteré. Por fin un día conseguí que alguien me vigilara a los pequeños durante una hora y fui a ver a la ginecóloga.
Estaba un poco nerviosa ante la posibilidad de que me pegara la bronca —raro es el médico que resista la tentación de caer en el paternalismo— por haber tardado tanto tiempo en visitarla, pero es que en general, no soy aficionada a las visitas médicas. Aunque razones de agradecimiento hacia ellos no me faltan, por ejemplo, a raíz de la confusión, el miedo y la poca profesionalidad con que llevaron mi primer parto, el segundo decidí que sería totalmente natural, sin epidural ni drogas de ningún tipo, con la única ayuda de una comadrona.
No me metió la bronca. Lo que me metió fue un terror y ansiedad que me duró ¡dos días! (para mí eso es mucho). Repasando mi historial médico, comentó lo que llama la atención de todos los médicos: los casos de cáncer que hay en ambos lados de mi árbol genealógico. ¿Pero hoy en día en qué familia no los hay?
—Perteneces a un grupo de alto riesgo —me dijo sin ningún miramiento—. Todo apunta a que podría ser genético. Podrías hacerte una prueba para determinar si tienes el gen defectuoso, pero antes tendría que hacérsela tu madre. Si el resultado fuera positivo, te enviaría a un psicólogo. Las posibilidades de que no desarrolles el cáncer de mama u ovarios en caso de ser genético son casi nulas. Algunas mujeres optan por hacerse una mastectomía doble e histerectomía cuando aún están sanas…
—Un momento, un momento —la interrumpí—. ¿Me estás diciendo que yo no puedo hacer nada para prevenir el cáncer de mama u ovarios? ¿Comer bien, hacer ejercicio, ser positiva y optimista, cosechar buenas relaciones, trabajar en algo que de veras me apasiona, vivir en el campo, dar de mamar durante casi SIETE AÑOS…? ¿Todo lo que llevo haciendo durante años no va a servir para nada?
—Si es genético, no. No hay nada que tú puedas hacer.
Estaba claro que esta doctora no creía en la Epigenética.
Pero es que yo sí, y esa fue una de las razones por las que antes de tener hijos, investigué sobre la lactancia materna y descubrí que dar el pecho durante seis años reduce en dos terceras partes las posibilidades de desarrollar el cáncer de mama (y muchas otras enfermedades). ¡Qué mejor medida preventiva! No solo es gratis sino que además, los bebés estaban contentos y me ahorré miles de dólares en las medicinas infantiles y biberones que nunca compré.

Cuando salí de la consulta me flaqueaban las piernas. Me senté en el coche un rato sin encenderlo. Estaba tan aturdida que no podría haberme concentrado en la conducción del vehículo. Una hora antes había sido una mujer sana y joven —lo único halagüeño que me dijo la doctora fue que era demasiado joven para hacerme la prueba y tendríamos que esperar un par de años— y ahora me sentía como si me hubieran leído mi sentencia de muerte.
Al llegar a casa llamé a mi madre. Ella se había recuperado de un cáncer, o al menos eso creíamos entonces. Le hablé del gen maldito y le pedí que lo consultara con su oncóloga. Lo hizo, pero esa no le dio la importancia que le dio mi doctora, para no decir ninguna. A eso estábamos acostumbradas: mientras viví en Singapur, otro doctor me dijo que debería vacunarme contra el virus del papiloma humano; mi madre lo consultó con sus médicos de Barcelona y estos le dijeron que eso era una tontería, el virus está altamente extendido en la población y si ya has tenido relaciones sexuales seguro que lo has contraído en algún momento y luego tu sistema inmunológico se ha deshecho de él.
Al final, como en todo, hay más opiniones e intereses ocultos y gente dando palos de ciego en busca de la verdad, que la certeza absoluta. Pero aparte de eso, el cáncer es un negocio que mueve millones, y es muy rentable. Por supuesto que hay gente investigando continuamente y tratando de encontrar curas y causas. Pero también hay muchos productos cancerígenos que la sociedad materialista en la que vivimos nos empuja a consumir desmesuradamente. Uno de ellos es el azúcar, que se encuentra en casi todos los productos alimenticios procesados, y es puro veneno; no solo conduce a la obesidad, enfermedades cardiovasculares, hipertensión, y problemas dentales entre otros, sino también a muchos tipos de cáncer. Es tan malo como el alcohol o el tabaco. Y luego está la industria farmacéutica, otra de las causantes principales de que el cáncer se haya convertido en la plaga del siglo XXI.

Yo pertenezco a una generación en la que nos enseñaron que el dolor se quita rápidamente con una pastilla. Cuando era pequeña eran las aspirinas infantiles de color rosa las que nos daban al menor síntoma de malestar. Mis hermanos y yo nos las tomábamos con mucho gusto, claro, tenían un sabor muy apetecible para el paladar de los más pequeños. Su color rosa, además, era muy atractivo y es el preferido de todos los niños y niñas porque tiene efectos calmantes. Incluso a veces hacíamos cuento, sin malicia, hasta nosotros mismos nos llegábamos a creer que estábamos pachuchos, «pero una aspirinita rosa me hará sentir mejor, mami».
Muchos años más tarde, cuando mi querida sobrina Mar tendría unos seis o siete años (ahora tiene diez y medio), la vi representar con mi madre esa escena que yo había protagonizado tantas veces de niña.
—No me encuentro muy bien, Yaya. Me duele la cabeza y la garganta. Creo que me estoy poniendo mala, necesito un poco de Dalsy.
Cuando se quedaba a dormir en casa de sus abuelos y sobre todo siendo muy pequeña, siempre llevaba en la bolsa el socorrido Dalsy, que yo conocía gracias a mis amigas españolas también con hijos pequeños. Se ve que ahora es lo que está de moda. Pero ese día no se había traído la bolsa y mi madre le dijo:
—Pero yo no tengo Dalsy… A ver —le tocó la frente—, no tienes fiebre.
Mar insistió en que no estaba bien y se alarmó: si no había Dalsy en la casa, ¿cómo iba a curarse? Pero enseguida se animó.
—No pasa nada. Puedo tomar el Dalsy de Dave y Alex.
Se quedó boquiabierta cuando le dije que Dave y Alex no han tomado nunca Dalsy ni nada parecido, que de hecho habíamos venido desde Australia sin botiquín.

Mis hijos tienen ahora cinco y siete años y no han tomado nunca paracetamol o ibuprofeno, ni ningún otro derivado. Dave tuvo anginas cuando tenía un año y vivíamos en Malasia. En un momento de flaqueza hice caso a un médico, que le recetó antibióticos que no necesitaba y le provocaron una reacción alérgica a varios compuestos del fármaco. Todavía no sé si Alex es también alérgico a la penicilina y sus derivados, como lo es su padre, porque Alex no ha tomado nunca nada. Los dos han vomitado o tenido fiebre alguna vez, pero en vez de correr a tapar los síntomas, yo he preferido siempre dar una oportunidad a su cuerpo para defenderse y fortalecer así su sistema inmunológico. Como los dos tomaron el pecho durante años, siempre he tenido la confianza de saber que sus defensas son fuertes. Solo una vez estuve tentada de recurrir a las medicinas cuando Dave alcanzó durante un par de horas los 40º de fiebre. A ellos mismos les explico que esa temperatura es la reacción de su cuerpo para combatir a las bacterias que les han provocado una infeccción. El calor las matará, pero si eliminamos ese calor con medicinas, les estamos quitando a nuestros hijos la oportunidad de crecer sanos y fuertes. Como siempre lo he hecho así, en las contadas ocasiones en que se han sentido indispuestos (la más reciente hace solo tres semanas, en Indonesia), ellos se tumban, duermen, y a las pocas horas se levantan como si nada.
Yo también tengo el sistema inmunológico fuerte. Odio ponerme enferma, así que llevo años sin hacerlo. Me alimento bien, no consumo fármacos y limito al mínimo el contacto con productos químicos cotidianos como los detergentes, champús, perfumes y cosméticos varios. Hace unos años me hice un análisis de sangre para averiguar a qué alimentos era intolerante. Los principales fueron la leche y la harina de trigo. Dejé de tomarlos y desde entonces no he vuelto a sufrir un catarro o nada parecido. Las únicas visitas que hago a los profesionales de la salud son la periódica a la ginecóloga, y al dentista. No tengo ni he tenido jamás grandes problemas dentales, pero a los niños siempre los he llevado a ver al amigo Ben, como lo llamamos. Y ya que le visita a ellos, desde hace un par de años yo también me dejo hacer. Antes de empezar a verle no tenía ninguna queja, pero ahora él insiste en que las muelas del juicio me van a causar muchas molestias.
—Hay una que te está creciendo de lado. Esa te va a provocar un dolor insoportable. Voy a recetarte unos antibióticos para el viaje, porque cuando viajas es cuando tus defensas están más bajas y en esos países a los que vas, vete a saber lo difícil que puede ser curar un dolor de muelas.
Esas palabras exactas me dijo otro dentista en España hace catorce años. Todavía tengo el juicio creciéndome de lado y las dos recetas que nunca usé.

Los niños llevan cuatro años (desde que eran bebés) sin padecer siquiera un resfriado. Esto es algo que ha notado mucha gente, que me pregunta alarmada:
—¿Cómo es que tus niños no se ponen enfermos?
No es porque no vayan al colegio, como algunos tienen la tentación de argumentar. Al contrario, siempre que una amiga me advierte de que sus hijos están pasando alguna enfermedad que podría ser contagiosa, le respondo que eso a nosotros no nos preocupa y no es razón para que dejemos de relacionarnos durante unos días.
Con todo esto, no quiero dar la impresión de que desestimo la opinión de todos los médicos. La verdad es que tengo muy poco contacto con ellos, pero cuando ha sido realmente necesario acudir en su ayuda, lo he hecho. Como la vez que Alex, con solo un añito, se quemó las manos. Pasé con él una de las peores noches de mi vida, en un hospital de niños rodeada de criaturas que maldormían, lloraban, gemían de dolor y llamaban a sus mamás. Alex estuvo inconsciente durante veinticuatro horas.
—Tendría que haberse despertado hace horas —me dijeron los médicos, perplejos—. La morfina es una droga muy segura, le hemos dado la dosis adecuada para su edad y constitución, pero parece que fue excesiva. Es la primera vez que pasa.
—Es que es la primera vez que se droga —dije entre lágrimas—, nunca antes había tomado absolutamente nada medicinal aparte de mi leche.

Más que a los médicos, le tengo declarada la guerra a la industria farmacéutica. Nos hemos convertido en una sociedad que consume fármacos cuando en la gran mayoría de los casos no solo no son necesarios sino que a la larga son muy perjudiciales para la salud. Sí, creo que a lo largo de una vida, los miles de pastillas que una persona llega a consumir para paliar el dolor y tapar los síntomas contribuyen a la proliferación de cánceres. Y no voy a entrar hoy en el tema de los tranquilizantes, antidepresivos, antiansiolíticos y demás drogas legales que consumen a diario una gran parte de la gente que conozco, porque para eso tengo pensado otro artículo, que se titulará Un mundo feliz. No me parece casualidad que los diez países con más casos de cáncer del mundo sean también los más ricos, entre ellos Dinamarca (el primero), Australia (el tercero), Nueva Zelanda, Noruega, Francia, Estados Unidos y Canadá (España está en el puesto 31 y los casos son mucho más numerosos en los hombres que en las mujeres—los datos los he sacado del World Cancer Research Fund). Dicen los expertos que esto se debe a que en los países más ricos hay más investigación y es más fácil llevar un control de los casos de cáncer, pero además, en estos países también hay más obesidad y consumo de alcohol. Y yo añado que la gente que tiene más dinero también gasta más en medicamentos.

Después de esa visita a la ginecóloga hace tres o cuatro años, pasé unos días de incertidumbre. Hablé con mi madre y con una amiga que se había hecho una prueba genética similar y que me dijo: «Antes de tomar la decisión de ir por ese camino, tienes que planear ya todo el recorrido. Si te haces el análisis, sale positivo y te quedas ahí, no solo te habrás gastado un montón de dinero sino que a partir de entonces tu miedo alimentará al gen maligno y tendrás más posibilidades de contraer el cáncer». Opté por no querer saber y seguir viviendo la vida de la manera sencilla y natural que me hace sentir bien ahora y además contribuye a fortalecer mi sistema inmunológico para no dejar que los cánceres potenciales que llevamos todos dentro me ataquen. Es más, cambié de doctora, y la siguiente jamás me ha vuelto a mencionar la prueba.

Mi madre acaba de terminar otra fase de quimioterapia. Hasta que Angelina Jolie no dio a conocer su caso, su oncóloga no le mencionó nada del gen. Ahora sí lo han hablado, claro, y la oncóloga coincide con mi ginecóloga de hace años en que pertenecemos al grupo de alto riesgo. Así que por el bien de mi hermana y el mío, mi madre ha decidido hacerse el análisis. Tenemos la fe ciega de que saldrá negativo, pues solo un 1% de los cánceres de mama y ovarios son genéticos. Sigo aferrándome a la certidumbre de que el entorno, los hábitos y la disposición mental de cada una tienen mucho más que decir. Pero en el caso de que mi madre fuera portadora del gen y también lo fuéramos mi hermana y yo, la oncóloga de mi madre le ha asegurado que existe medicina preventiva y no es necesario tomar la misma drástica decisión que la famosa actriz. Le pregunté qué tipo de medicina, porque, como quizás habréis ya adivinado, yo antes me gasto el dinero en una mastectomía doble que en un pastillero, pero hasta allí no habían llegado en sus conversaciones. Seguiré informando... Mientras tanto, si alguien se encuentra en una situación similar, me interesará saber vuestra opinión. Gracias.